jueves, 19 de febrero de 2015

Mal



Según el nivel de dolor que atesoran o derraman sobre sus versos, podríamos decir que hay tres tipos fundamentales de poetas: los falsamente heridos (a los que podríamos llamar “posturistas”), los realmente heridos (Fernando Pessoa) y los muertos. En este último bloque encontramos a quienes, lacerados por un dolor terrible, se mantienen en pie de forma milagrosa y se inclinan sobre los folios para contarnos su desgarradura. Conozco a muy poquitos de este grupo (Giacomo Leopardi, por ejemplo), pero creo que José Daniel Espejo está ahí, en un lugar destacado.
Su última entrega lírica se llama Mal y ha salido con el sello Balduque. Es un volumen que, aparentemente, es breve (46 páginas), pero que esconde una inaudita densidad. Puede leerse en una hora, bien es cierto, pero requiere toda una vida para ser entendido. Así lo pienso. Yo creo que Joseda ha necesitado, estrictamente, toda una vida para llegar hasta esas palabras, para pulirlas, para decantarlas, para decirlas en su plenitud difícil y exigente. Pasearse por estos poemas constituye sin duda un privilegio para sus lectores; y una experiencia, también, sobrecogedora. Ver cómo el poeta pasa una máquina de rasurado por la cabeza de su amada (a quien la quimioterapia está hiriendo) y observa los mechones castaños que caen al suelo; escuchar a esa misma mujer, que lamenta haber llegado al límite de la Sombra y que observa con perplejidad cómo los médicos “mezclan la muerte en sus vasitos”; leer con escalofrío la vertiginosa palabra “cáncer” en la página 28… son fotogramas que se cuelan directos hasta el corazón de los lectores. Pero el poeta, además de un ser sufriente y aislado (en puro sentido etimológico), es también un animal social, que habita en un mundo inhóspito donde “kilómetros de columnas de opinión” sirven para maquillar o envolver en niebla la condición macabra de nuestro entorno (muertos inútiles, víctimas inocentes); un mundo de seres inmundos (valga el choque léxico) que se inoculan en la política para defender derechos espurios, y para quienes José Daniel reserva una tetánica información final (“Son muchos. Más guapos. Salen mejor / en las fotos, en la tele y en los carteles electorales. / Pero nosotros somos más, / y conocemos sus nombres”).
Alrededor de esos dos polos (su dolor y su observación, su corazón y sus ojos) gravitan la mayor parte de los electrones líricos de este poemario breve, infinito, tenso e intenso. Y páginas como la 22, la 32, la 37 o la 45 tienen todo el aroma de las composiciones que vencerán al Tiempo, ese cabrón. God save Joseda.

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