Según
el nivel de dolor que atesoran o derraman sobre sus versos, podríamos decir que
hay tres tipos fundamentales de poetas: los falsamente heridos (a los que
podríamos llamar “posturistas”), los realmente heridos (Fernando Pessoa) y los
muertos. En este último bloque encontramos a quienes, lacerados por un dolor
terrible, se mantienen en pie de forma milagrosa y se inclinan sobre los folios
para contarnos su desgarradura. Conozco a muy poquitos de este grupo (Giacomo
Leopardi, por ejemplo), pero creo que José Daniel Espejo está ahí, en un lugar
destacado.
Su
última entrega lírica se llama Mal y
ha salido con el sello Balduque. Es un volumen que, aparentemente, es breve (46
páginas), pero que esconde una inaudita densidad. Puede leerse en una hora,
bien es cierto, pero requiere toda una vida para ser entendido. Así lo pienso. Yo
creo que Joseda ha necesitado, estrictamente, toda una vida para llegar hasta
esas palabras, para pulirlas, para decantarlas, para decirlas en su plenitud
difícil y exigente. Pasearse por estos poemas constituye sin duda un privilegio
para sus lectores; y una experiencia, también, sobrecogedora. Ver cómo el poeta
pasa una máquina de rasurado por la cabeza de su amada (a quien la
quimioterapia está hiriendo) y observa los mechones castaños que caen al suelo;
escuchar a esa misma mujer, que lamenta haber llegado al límite de la Sombra y
que observa con perplejidad cómo los médicos “mezclan la muerte en sus vasitos”;
leer con escalofrío la vertiginosa palabra “cáncer” en la página 28… son
fotogramas que se cuelan directos hasta el corazón de los lectores. Pero el
poeta, además de un ser sufriente y aislado
(en puro sentido etimológico), es también un animal social, que habita en un
mundo inhóspito donde “kilómetros de columnas de opinión” sirven para maquillar
o envolver en niebla la condición macabra de nuestro entorno (muertos inútiles,
víctimas inocentes); un mundo de seres inmundos (valga el choque léxico) que se
inoculan en la política para defender derechos espurios, y para quienes José
Daniel reserva una tetánica información final (“Son muchos. Más guapos. Salen
mejor / en las fotos, en la tele y en los carteles electorales. / Pero nosotros
somos más, / y conocemos sus nombres”).
Alrededor
de esos dos polos (su dolor y su observación, su corazón y sus ojos) gravitan
la mayor parte de los electrones líricos de este poemario breve, infinito,
tenso e intenso. Y páginas como la 22, la 32, la 37 o la 45 tienen todo el
aroma de las composiciones que vencerán al Tiempo, ese cabrón. God save Joseda.
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