sábado, 7 de junio de 2014

El dibujo de los días



Termino de leer un libro de historias breves que, francamente, me ha gustado mucho. Se titula El dibujo de los días y su autora es Alicia Noland. Lleva un prólogo muy enjundioso e interesante de Federico Montalbán López y se completa, además, con unas ilustraciones aguerridas, muy osadas, en blanco y negro, que redondean los textos aportándoles su fiereza de tinta. La autoría corresponde a Grazina Didelyte. ¿Se podría de alguna manera resumir en pocas palabras la esencia del libro? Difícil resulta siempre encontrar una fórmula que sirva para todos los relatos. Yo apostaría por el sintagma “lirismo melancólico”, que creo que es el que mejor les cuadra, añadiendo algunas notas de languidez en muchos de ellos.
Alicia Noland ensaya, eso sí, múltiples caminos para emocionar a los lectores y secuestrar su atención. Y a fe que lo consigue en muchísimas de las páginas del volumen. En “Ceguera” apuesta por confeccionar una diapositiva metafórica acerca de cómo se puede estar ciego o muerto y, sin embargo, seguir existiendo (inercia de la rutina). En “Especies” nos habla de la soledad y del modo espurio en que puede ser matizada o mitigada (cómo no recordar el célebre poema de Ángel González acerca de las cucarachas que encuentra en su casa, cuando regresa por las noches). En “Resaca” elige darle la vuelta a un cuento clásico, el de Cenicienta, con un príncipe que después de estar viviendo con ella durante un tiempo se siente vacío y necesita iniciar, con el zapatito de cristal en la mano, una nueva búsqueda. En “Lunes o martes” pone ante los ojos de sus lectores un penoso cuadro de divorcio, en el que no hay niños sobre los cuales establecer una negociación, pero sí libros. En “Reciclaje” sitúa como su protagonista a una inquietante anciana que hace desaparecer a los gatos que entran en su casa. Y así sucesivamente. Muchas son las propuestas y aventuras que la escritora desliza ante nuestros ojos; y en todas se pueden encontrar, aparte de los primores argumentales y psicológicos, sorpresas estilísticas que los llenan de luz y literatura, como cuando nos habla de la bronquitis crónica de las palomas (p.78).
Especial atención merece, a mi juicio, el relato “De nuncas y siempres”, una fascinante y muy actual reflexión política sobre las inagotables mentiras y las burdas y sangrantes manipulaciones a las que nos someten quienes nos gobiernan, desde tiempo inmemorial. Juzguen por estas dos perlas, que extraigo del texto: «Gobernamos para los nuncas sirviéndonos de los siempres, ésta es la máxima de nuestra democracia, una democracia de ciudadanos tan libres e iguales como puedan pagarse» / «Nos convienen ignorantes, mediocres, miedosos, recitadores de ese Y yo qué, y a mí qué, que tanto les gusta, sí... Nos convienen así, anestesiados, divididos tras colores y banderas, uniformados de invierno y rutina, de inercia y primavera, de verano y lugares comunes, de otoños y pensares».

Creo que Alicia Noland tiene muchas ideas en la cabeza, y creo también que sabe plasmarlas en el papel con eficacia notable. Es una deducción a la que se llega dedicándole al libro apenas cinco minutos. Después, resulta complicado abandonar sus páginas, porque ya han ejercido sobre el lector su hechizo magnético. Será cuestión de estar pendientes de sus obras a partir de este instante: seguro que nos sorprende.

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