Los meses finales de la
II República española, vividos y contados
por un niño desde Tomelloso (Ciudad Real), ratifican esa certera afirmación que
asegura que si describes tu aldea estarás describiendo el mundo. Francisco
García Pavón (1919-1989) deja que su mirada vaya recordando escenas, personajes
y anécdotas de aquel mundo pobre, distinto y periclitado, donde nos muestra sus
ceremonias de religiosidad rancia, con curas gesticulantes y amenazadores,
beatas conejiles y niños endomingados (“La novena”); sus celebraciones con
anís, bailes ñoños, sedas, calor y pasodobles (“El bautizo”); ese Ford T que
compra el abuelo y que desplaza con su ráfaga de modernidad a la endeble
tartana y al desvencijado tílburi (“El coche nuevo”); aquel gañán que intentaba
propasarse con una moza del pueblo y a quien, contra todo pronóstico y de forma
contundente, le salió el tiro por la culata (“La frescachona”); aquel indiano
que volvía a la localidad en condiciones enigmáticas, con más sombras que
luces, y que acababa languideciendo entre partidas de cartas y borracheras
(“Juanaco Andrés, el que llegó de México”); aquellas tardes de colegio, con el
maestro leyendo el ABC y tomando morcilla frita ante sus alumnos, a quienes
exigía silencio a golpe de palos (“El colegio de don Bartolomé”); o aquellos
días confusos de julio del 36 en los que todos «hablaban de los militares de
África, de no sé qué levantamiento» (“El bugatti”).
Con una serie de personajes que se repiten aquí y
allá, burbujeando en varias de las narraciones, la textura que consigue García
Pavón en estas páginas recuerda mucho a la de una novela, entendida en sentido
lato y moderno.
Mis tres relatos favoritos de este volumen son:
“Paulina y Gumersindo” (una historia de matrimonio pobre, que toda la semana ha
de permanecer separado por motivos laborales y que los fines de semana
reedifica la complicidad, la ternura y el amor), “El hijo de madre” (el modo
complicado en que el hijo de una prostituta ha de sobrellevar su condición en
el colegio) y “El entierro del Ciego” (cuadro costumbrista sobre el dueño de un
lupanar, que ha pedido ser enterrado al son del tango Adiós, muchachos, de Carlos Gardel, con el previsible escándalo del
ayuntamiento y la iglesia).
Este libro, editado por Menoscuarto, constituye una
magnífica ocasión para acercarse hasta Francisco García Pavón, uno de los
narradores españoles más interesantes de mitades del siglo XX.
1 comentario:
Menudo mundo el de los meses finales de la República. El Apocalipsis sin San Juan
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