Lo dice Jordi Gracia en el prólogo, tan sintética
como nítidamente: «Una cosa era hacerse socialdemócrata y liberal, tolerante y
racionalista desde un pasado fascista, y otra llevar encima el pasado
hiperfascista y fanatizado de Ridruejo». No es desde luego una afirmación
baladí, ni carente de consistencia, porque recordemos que el soriano Dionisio
Ridruejo (1912-1975) fue miembro eminente de la Falange, eficaz Director
General de Propaganda del régimen de Franco y voluntario fervoroso en la
División Azul. Pero desde los años 40 se produjo en él un giro copernicano, que
lo llevó hacia posiciones políticas cada vez más críticas con la dictadura:
charlas, clases, declaraciones, artículos en la prensa, fueron cimentando una
personalidad disidente, que incluso visitó la cárcel en más de una ocasión,
convirtiéndolo en un símbolo de honestidad y de espíritu ético.
En estas 400 páginas que publica de forma exquisita
el sello Fórcola nos encontramos con todo tipo de informaciones: la desilusión que
embargaba al joven Dionisio con respecto a su país («España se nos ha hecho más
agria y triste que nunca. Casi todas mis
ilusiones (nuestras ilusiones) políticas, sociales, estéticas naufragan en una
mediocridad perezosa y envanecida que, por lo mismo que simula lo que debería
ser y no es, cierra el paso a toda esperanza normal», p.55); las fanfarronadas
que escuchó a los voluntarios, que quedaban reflejadas en insulsos ripios
cantados («Rusia es cuestión de un día / para nuestra infantería/ [...] Volveremos
a empezar, / tomaremos Gibraltar», pp.58-59); ciertas aventuras galantes con
chicas alemanas («Parece que las mujeres son generosas con los que van acaso a
morir», p.94); escenas de sexo mercenario, de una sordidez lastimosa (vid.
p.162); la constatación de que los combates no constituyen una abstracción
épica, sino una terrible realidad muy próxima («Ayer una jornada triste y
conmovedora. La muerte adquiere para nosotros nombres propios, conocidos y
queridos», p.235); la religiosidad que brota en los momentos de mayor dureza
bélica («He aprendido a rezar el Padrenuestro, a comprender su perfección, su
suficiencia. Nada queda fuera de esta oración divina. Nada es necesario añadir,
nada falta. Todo cuanto el alma puede decir y pedir a Dios está en esas
palabras», p.340); la brutalidad de las penurias que tuvo que sufrir en el
frente ruso, como el resto de sus compañeros («Mi peso al ingresar en el
hospital es de 39 kilos», p.358); los poemas que fue componiendo e intercalando
en el texto; y un largo etcétera de gran interés.
En la atinada introducción al volumen que escribe
el profesor Xosé M. Núñez Seixas, de la universidad Ludwig Maximilian de
Múnich, se afirma que estos cuadernos «merecen un puesto de honor en la
amplísima literatura memorialística sobre la División Azul» (p.23), aunque
tampoco le quede al estudioso ninguna duda acerca de otro hecho: «Del frente
del Este, el poeta soriano volvió troquelado por la experiencia de guerra, más
maduro y curado de idealismos ingenuos, pero tan fascista o más de lo que era
cuando partió para la aventura en el verano de 1941» (p.49). Leamos, pues,
estas páginas como el testimonio de un espíritu que portaba en su interior,
todavía en una fase secreta o embrionaria, la semilla del cambio. Un escritor
francés explicó en una ocasión que, si no tienes paciencia para contemplar a
las orugas, nunca conocerás a las mariposas.
1 comentario:
El pasado hiperfascista no se lo quitaba nadie
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