Un viejo proverbio que leí hace años, no sé dónde,
afirmaba que no se puede juzgar a nadie hasta que has caminado un buen trecho
llevando puestos en los pies sus zapatos. Es una forma de decir que cada uno
está dibujado (o delimitado) por sus circunstancias, como bien intuyó el
filósofo español José Ortega y Gasset. En la obra que hoy traigo a esta página
(titulada Cortázar y los
libros, escrita por Jesús Marchamalo y publicada por el sello Fórcola) se
juega con un concepto parecido: ¿puede concebirse una imagen fiable de una
persona, observando los libros que ha leído, las frases que ha subrayado en
ellos, qué autores no aparecen en su biblioteca, qué géneros desdeña o ignora? Tras la muerte del escritor argentino Julio
Cortázar en 1984, su antigua esposa Aurora Bernárdez decidió que los libros que
éste había acopiado en su vivienda de la parisina calle Martel pasasen a la
Fundación March, de Madrid, quedando a disposición de los estudiosos. Ahí fue
donde los encontró, escrupulosamente ordenados, el investigador Jesús
Marchamalo, que decidió convertirlos (bendito sea) en objeto de análisis. La
intención del observador era tan peculiar como fértil: explorar las páginas de
esos numerosos volúmenes y descubrir las huellas dactilares de la lectura;
comprender qué libros ha manejado y glosado con más frecuencia el narrador
argentino; y tratar de extraer conclusiones de esos datos. ¿Por qué no hay
obras de Camilo José Cela, ni Ana María Matute, ni Miguel Delibes en los
anaqueles? ¿Cuál es la opinión real
que Julio Cortázar tenía de su compatriota Jorge Luis Borges, que lo ayudó en
sus comienzos pero del que se distanciaba cada vez más desde el punto de vista
ideológico? Nos dice el investigador madrileño que el autor de Rayuela “polemiza con frecuencia con los
autores a quienes lee, y a través de sus notas establece con ellos un diálogo
en el que expresa su conformidad o, lo que es más frecuente, su discrepancia”
(p.21). En ese diálogo fluido, antirretórico, visceral y auténtico (en esas
curiosas marginalia Julio Cortázar no tenía por qué mentir) descubrimos el
profundo afecto que le unía a la obra de Octavio Paz, Federico García Lorca,
Pedro Salinas, Edgar Allan Poe, Pablo Neruda o Carlos Fuentes, así como las
lúcidas matizaciones que anota en los márgenes de sus obras... Es muy famosa
aquella frase escrita por Borges donde afirmaba que un escritor se concentra
durante toda su vida en escribir sobre tigres, amaneceres, ríos, sonrisas,
libros, árboles, pistolas, nubes y cofres; y que solamente al final, cuando
está a punto de morir, descubre que todo ese cúmulo de elementos dibuja la
imagen de su cara. ¿Quién nos dice que los subrayados que hacemos en los
libros, las notas de lectura que imprimimos en ellos, no constituyen en el
fondo nuestra mejor radiografía espiritual? Jesús Marchamalo, acercándose a los
libros de Cortázar, nos ofrece un documento curioso y lleno de informaciones
pequeñas y deliciosas sobre el Cronopio Mayor del Reino. Interesa leerlo.
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