Cuando
descubrí el teatro de Lope de Vega, allá por 1986, quedé inmediatamente
subyugado por la sonoridad de sus versos, por la fluidez de sus diálogos, por
la tersura y firmeza de sus personajes, por sus historias conmovedoras y
fértiles. Hoy, a mediados de 2024, me aproximo hasta su coetáneo y seguidor
Luis Vélez de Guevara, del que he podido disfrutar la pieza dramática Reinar
después de morir, donde se escenifica el amor infausto que experimentó el
infante don Pedro de Portugal por la hermosa doña Inés de Castro, quien le
terminó dando dos hijos, pese a la condición de hombre casado del infante. Ese
amor puro y dramático se precipita hacia su final cuando la infanta de Navarra,
que aspira a ser la pareja legítima de don Pedro y no puede soportar que él
haya entregado su corazón a otra mujer, mueve los hilos políticos necesarios
para que la ingenua doña Inés sea ejecutada por dos lacayos del rey.
Como
puede imaginarse, todo en esta obra se encuentra impregnado por la pasión y por
la fatalidad, aunque el dramaturgo sevillano no descuida tampoco la parte
humorística en algunos instantes. Por ejemplo, cuando el gracioso Brito se
queja del caballo sobre el que ha efectuado un viaje; el cual, a fuerza de
nervioso y de trotón, “me trae sin tripas, que todas / se me han subido a la
nuez / a hacer gárgaras con ellas”. O la secuencia en que el mismo personaje,
consciente de que su parlamento ha abusado de cierta palabra, ironiza sobre su
pobreza expresiva: “Allí puedes esperar / a que luego allí te diga / lo que
allí ha pasado allí; / que has dicho una retahíla / de allíes, para cansar /
con allíes a una tía”.
Reflexionando sobre la desequilibrada pugna entre el amor verdadero y las conveniencias palaciegas, Vélez de Guevara esculpe una obra hermosa, de bella sonoridad, que ha resistido espléndidamente el paso del tiempo, el cual no ha logrado avejentar sus líneas.
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