Vuelvo
al teatro de María Manuela Reina y vuelvo a salir muy satisfecho de la
decisión, porque El pasajero de la noche se me antoja una obra
espléndida, casi oftalmológica (en el sentido de que limpia y abre tus ojos
como ser humano). Al principio, cuando un tímido Juan Pérez García consigue
penetrar de noche en la casa del millonario Javier, protegida por alarmas, guardias
armados y perros feroces, no entendemos muy bien cuáles son sus propósitos,
porque el intruso se obstina en decir que solamente quiere hablar con el
propietario, que además es el jefe de la empresa en la que Juan trabaja. ¿Ha
sido despedido y pretende que su contratador rectifique o reflexione? ¿Planea
asesinarlo, para vengarse de su descalabro profesional y económico? Nada
sabemos, hasta que él mismo, cuando se encuentra a solas delante de Javier, le
explica la amarga verdad: Juan acaba de descubrir que su esposa (ahora
fallecida) y su jefe eran amantes. Ha llorado de tristeza y de decepción al
descubrir que era “un ridículo marido engañado” (p.38), y eso le ha hecho
comprender lo endeble que es nuestra felicidad como seres humanos (“Se ama a
una persona y resulta que es una desconocida, que no se sabe nada de ella. Se
confía en alguien y resulta que lleva una doble vida y que te traiciona”,
p.41). ¿Viene Juan a vengarse? Sin duda. Pero quiere hacerlo de una forma poco
calderoniana, diríamos, porque le acaba confesando a Javier que su manera de
devolverle la ignominia ha sido acostarse con la esposa del jefe y con su poco
agraciada hija, de las que se convirtió en amante simultáneo.
En
ese instante, cuando el lector prevé que se va a producir un enfrentamiento
entre ambos, aflora la parte más asombrosa de este vodevil: Javier y su esposa,
Ernesto y la suya, todos los protagonistas, aceptan una cómoda situación de
“elasticidad moral”, que les permite vivir sin daño en ese lodazal de
infidelidades y camas giratorias. Pero es que incluso van más allá, porque
tienen una propuesta para el sorprendido y asqueado viudo, que le exponen sin
rubor.
Retrato de una sociedad hipócrita, millonaria, poderosa, huérfana de valores, manipuladora y snob (“Para mí no existen las tentaciones desagradables, como trabajar o tomar las cosas en serio”, expele Matilde), el círculo que Juan se ha atrevido a invadir establece sus propias normas… y también estipula sus propias venganzas. Pronto va a descubrirlo.