miércoles, 9 de junio de 2021

Estación de los besos incompletos

 


Desde hace unos años, aunque me los beba con fervor, me entristece mucho leer los libros de mi amigo Pascual García, de mi hermano Pascual García. Y me entristece por dos motivos fundamentales y fácilmente comprensibles: el primero, que siempre he querido a la madre de sus hijos y me aflige la idea de que pueda sentirse apenada o herida por las exposiciones y análisis que él efectúa sobre su relación; y el segundo, más hondo y más continuo, por la sorpresa de comprobar que mi amigo, pese a las apariencias externas que apolíneamente mantenía frente a quienes estábamos a su alrededor, no fue feliz durante años. Y esta última circunstancia, además, me aflige de un modo especial, porque revela la miopía (imperdonable miopía) que pude llegar a desplegar durante aquel tiempo aciago con respecto a él.

Ahora, la editorial MurciaLibro ha tomado la admirable iniciativa de publicar el volumen Estación de los besos incompletos, un espacio narrativo donde novela, autobiografismo y cuento pelean sus límites y vuelven porosas sus fronteras, de un modo tan fascinante como exquisitamente literario. En estas páginas duras y generosas (duras por su contenido; generosas por su voluntad de compartirlas con el lector) nos encontramos con la figura devastada de Andrés, que acaba de ver cómo su matrimonio, un lánguido error tejido con dos soledades, termina disolviéndose tras más de veinte años de continua zozobra al lado de Úrsula. A través de un análisis minucioso y nada complaciente (ni consigo mismo ni con ella), el narrador desmenuza ante nuestros ojos los pormenores aciagos de una relación en la que hubo negligencia, frialdad y poquísimos arrebatos pasionales, casi siempre administrados desde el hastío. Si toda vida humana es un puzle (y lo es), nuestro protagonista se aplica aquí a la tarea ingrata de recopilar todas las piezas que componen el suyo, todos los fragmentos dispersos de su corazón, todas las lágrimas vertidas, todas las mezquindades soportadas, todos los reveses devueltos. Y esa labor recopilatoria se convierte por momentos en una letanía obsesiva, en la cual se combinan el alegato, la tristeza, ciertas dosis de rencor, unas gotas de melancolía y un vendaval de agravios que el alma atesora, enumera y disecciona.

Poderoso en los territorios de la memoria y en el manejo del bisturí, Pascual nos va detallando innumerables pliegues de su pasado, que en unas ocasiones tienen nombre de mujer (Carmen, Laura), pero que en otras reflejan escenas ásperas (como la obsesión de Úrsula por la plancha nocturna, para no acudir al encuentro sexual de su esposo; o las silenciosas partidas de cartas con su suegra, destinadas a mantener a la pareja entretenida en tareas nada fogosas). Impiadoso y firme, el escritor de Moratalla acomete en estas páginas abundantes el más infrecuente y el más amargo de los ejercicios literarios: la exposición de sus desgarraduras de un modo sincero y honesto. Y con esa mano tendida que nos ofrece para que nos sumerjamos en su corazón nos invita, también, al más hondo y menos complaciente de los viajes: el que nos llevará a conocer sus interioridades y sus temblores íntimos.

Una obra no sólo monumental sino imprescindible.

2 comentarios:

Aurora Carrillo dijo...

Dios, Rubén. Me has hecho tragar mucha saliva en la introducción de la reseña. Las letras de Pascual son hermosas, pero casi siempre dejan un poso de dolor. Igualmente, ardo en deseos de leerla.

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

No, no me hagas esto, eres malvado. Sabes que siento debilidad por estos títulos que me hacen, incluso, imaginarme cosas que luego cuando leo los libros ni están, pero me da igual, me lo he imaginado y me he creado mi propia historia. Ya eso le añadimos que me hablas de tu amigo de sus sentimientos, de su infelicidad, de su desgarro... Y yo he caído en la trampa.
Otro murciano más que tengo que conocer.

Besos 💋💋💋