Desde hace unos años, aunque me los beba con fervor, me
entristece mucho leer los libros de mi amigo Pascual García, de mi hermano
Pascual García. Y me entristece por dos motivos fundamentales y fácilmente
comprensibles: el primero, que siempre he querido a la madre de sus hijos y me
aflige la idea de que pueda sentirse apenada o herida por las exposiciones y
análisis que él efectúa sobre su relación; y el segundo, más hondo y más
continuo, por la sorpresa de comprobar que mi amigo, pese a las apariencias
externas que apolíneamente mantenía frente a quienes estábamos a su alrededor,
no fue feliz durante años. Y esta última circunstancia, además, me aflige de un
modo especial, porque revela la miopía (imperdonable miopía) que pude llegar a
desplegar durante aquel tiempo aciago con respecto a él.
Ahora, la editorial MurciaLibro ha tomado la admirable
iniciativa de publicar el volumen Estación
de los besos incompletos, un espacio narrativo donde novela,
autobiografismo y cuento pelean sus límites y vuelven porosas sus fronteras, de
un modo tan fascinante como exquisitamente literario. En estas páginas duras y
generosas (duras por su contenido; generosas por su voluntad de compartirlas
con el lector) nos encontramos con la figura devastada de Andrés, que acaba de
ver cómo su matrimonio, un lánguido error tejido con dos soledades, termina
disolviéndose tras más de veinte años de continua zozobra al lado de Úrsula. A
través de un análisis minucioso y nada complaciente (ni consigo mismo ni con
ella), el narrador desmenuza ante nuestros ojos los pormenores aciagos de una
relación en la que hubo negligencia, frialdad y poquísimos arrebatos pasionales,
casi siempre administrados desde el hastío. Si toda vida humana es un puzle (y
lo es), nuestro protagonista se aplica aquí a la tarea ingrata de recopilar
todas las piezas que componen el suyo, todos los fragmentos dispersos de su
corazón, todas las lágrimas vertidas, todas las mezquindades soportadas, todos
los reveses devueltos. Y esa labor recopilatoria se convierte por momentos en
una letanía obsesiva, en la cual se combinan el alegato, la tristeza, ciertas
dosis de rencor, unas gotas de melancolía y un vendaval de agravios que el alma
atesora, enumera y disecciona.
Poderoso en los territorios de la memoria y en el manejo del bisturí,
Pascual nos va detallando innumerables pliegues de su pasado, que en unas ocasiones
tienen nombre de mujer (Carmen, Laura), pero que en otras reflejan escenas
ásperas (como la obsesión de Úrsula por la plancha nocturna, para no acudir al
encuentro sexual de su esposo; o las silenciosas partidas de cartas con su
suegra, destinadas a mantener a la pareja entretenida en tareas nada fogosas).
Impiadoso y firme, el escritor de Moratalla acomete en estas páginas abundantes
el más infrecuente y el más amargo de los ejercicios literarios: la exposición
de sus desgarraduras de un modo sincero y honesto. Y con esa mano tendida que
nos ofrece para que nos sumerjamos en su corazón nos invita, también, al más
hondo y menos complaciente de los viajes: el que nos llevará a conocer sus
interioridades y sus temblores íntimos.
Una obra no sólo monumental sino imprescindible.
2 comentarios:
Dios, Rubén. Me has hecho tragar mucha saliva en la introducción de la reseña. Las letras de Pascual son hermosas, pero casi siempre dejan un poso de dolor. Igualmente, ardo en deseos de leerla.
No, no me hagas esto, eres malvado. Sabes que siento debilidad por estos títulos que me hacen, incluso, imaginarme cosas que luego cuando leo los libros ni están, pero me da igual, me lo he imaginado y me he creado mi propia historia. Ya eso le añadimos que me hablas de tu amigo de sus sentimientos, de su infelicidad, de su desgarro... Y yo he caído en la trampa.
Otro murciano más que tengo que conocer.
Besos 💋💋💋
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