Pocas
líneas serán precisas para recordar el asunto de esta comedia del inmortal
Molière: el risible caso de Argan, un estrafalario señor que lleva años
obsesionado con la idea de que lo aquejan múltiples “dolencias y alifafes”
(como diría Azorín) y que el único modo de conservar la vida es ponerse en
manos de médicos y boticarios que, con su palabrería y sus remedios invasivos
(sangrías, lavativas, etc), “depuran” su organismo y mantienen su equilibrio.
De nada vale que su hermano Beraldo despotrique contra los galenos (llegando a
invocar el nombre del dramaturgo Molière, que tanto ha dado en burlarse de
ellos); de nada valen tampoco los sarcasmos de su sirvienta Antoñita, que juzga
ridícula su postura… El incauto Argan se ha empeñado en someterse con suma
docilidad a todas las exigencias de sus cuidadores; y eso lo convierte en un
personaje ridículo, en un títere patético al que manipulan y del que se
aprovechan vilmente, amenazándolo con una muerte rápida si no completa los
tratamientos prescritos.
Lo que
ven muy claro algunos personajes de su entorno (es decir, que su segunda esposa
lo alienta para seguir con esos disparates hipocondríacos porque desea heredar
pronto todo su dinero) es inadmisible para él, quien la estima un dulce ángel
sin más horizonte que velar por su bienestar y por su dicha.
Llena de
diálogos graciosos, de situaciones hilarantes y de pullas contra las frases
empingorotadas y el vocabulario pseudocientífico que exhiben los médicos y
boticarios de la obra, Molière consigue una crítica imperecedera contra los
malos cuidadores de la salud, que se sigue leyendo sin fastidio y con una
sonrisa en los labios.
1 comentario:
¡Me encanta, me encanta,me encanta! Es una de mis piezas favoritas de Moliére pues fue de lo primero que hicimos en clase de Teatro (Yo era Louison) y le tengo mucho cariño.
Besitos.
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