Educar a
los hijos. Son apenas cuatro palabras, pero constituyen un quebradero de cabeza
para millones de personas, que no terminan de encontrar el método más adecuado
para hacerlo. Seguir un patrón autoritario supone convertirse en una figura
ríspida, gruñona y tensa. Elegir un modelo demasiado blando nos provoca
vacilaciones, porque se nos antoja inoperante para imponer auténtica
disciplina. ¿Qué hacer, entonces? ¿Por qué opción decidirse? ¿Por quién dejarse
aconsejar? ¿Qué camino elegir?
Los
terapeutas Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson nos proponen, en este tomo que
traduce Joan Soler Chic para Ediciones B, un sistema basado en la escucha, la
serenidad, la interacción y el respeto. Desde el principio del volumen nos
dicen algo que sabemos de sobra quienes formamos parte del colectivo (“Los
padres están cansados de chillar tanto, de ver malhumorados a sus hijos, de que
estos sigan portándose mal. Saben qué clase de disciplina no quieren utilizar,
pero no saben qué alternativa elegir”) y luego, poniendo ejemplos prácticos,
esmaltan consejos para evitar las tormentas emocionales, o al menos para
reducir y reconducir las mismas.
Se trata,
en suma, de mantener una posición reflexiva y mesurada la mayor cantidad de
veces que sea posible, para construir esquemas reguladores propios en el
cerebro del niño; porque los “combates” de gritos o de malos gestos no son en
el fondo más que batallas de amígdalas, donde nadie consigue alzarse con la
victoria: ambas partes sufren la erosión de la ira, que siempre es una derrota
entre seres que se aman.
Lo mejor
de la obra: la gran cantidad de casos prácticos que nos propone, incluidas
muchas “muletillas verbales” que ofrece como auxilio para situaciones de
estrés.
Lo peor:
los dibujos que acompañan al volumen (horrendamente infantiloides) y la
excesiva repetición de consignas, que fatigan por asfixia. Con ochenta páginas
menos se habría dicho lo mismo, más concentradamente.
1 comentario:
¡Hola Rubén!
Soy educadora infantil aunque me pasé a la Educación Especial hace muchos años, pero lo que tengo muy claro es que la letra con sangre no entra; en casa siempre he procurado tratar a los míos como a los alumnos, y viceversa, buscar un término medio entre consentidora y reprimidora, los extremos no funcionan.
Libro anotado.
Un besito.
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