miércoles, 12 de julio de 2017

Me llamo Francisco Salzillo...



Escribió una vez Francisco Umbral que la metáfora acaece en ese momento mágico en que una cosa quiere ser otra y empieza a serlo. Y quizá ocurra una mutación similar en toda buena biografía: el autor comienza, entusiasmado, a contarnos la vida de alguien y, gradualmente o de súbito, experimenta una inaudita metamorfosis que lo lleva a transformarse en él, interiorizar sus ideas y pensamientos, sentir sus gozos y padecer sus zozobras. Pierre Menard, personaje de Borges, quiso ser Cervantes mediante un artificio simétrico, y acaso lo fue.
Santiago Delgado acaba de publicar una excelente biografía novelada sobre el imaginero Francisco Salzillo y se ha ceñido a ese complicado pero fértil patrón, siguiendo tres pasos meticulosamente conectados: el primero, documentarse de un modo abrumador para la ambientación de la trama (una documentación que no sólo abarca la cronología del personaje, sino sus aledaños inmediatos: los usos gastronómicos de su tiempo, la topografía exhaustiva de su ciudad, los hábitos indumentarios, las ideas políticas emergentes, etc); el segundo, sumergirse en la mente del artista para que las palabras y juicios que emanan de su boca resulten creíbles; y el tercero, no menos importante que los dos anteriores, forjar con todos esos materiales un documento estético, en el que la belleza expresiva, la delicadeza de las secuencias y el buen gusto de los diálogos destierren todo conato de aridez que pudiera imaginarse.
El resultado es Me llamo Francisco Salzillo…, un volumen editado con la colaboración de la Fundación CajaMurcia y con una sobria ilustración de portada firmada por Pedro Serna, donde nos muestra en carne viva, en palabra viva, en colores vivos, la trayectoria humana y artística de aquel genio impregnado de bueneza que, en la imaginación de sus coetáneos, se hallaba cerca de la santidad. Para lograrlo, Santiago Delgado construye con voluntad de orfebre una obra proteica que incorpora, además de la pura narración novelística, una larga secuencia escénica (“una obra de teatro doméstico” que ocupa las páginas 87-106) y unos aires líricos (“un pequeño libro poético” que se extiende entre las páginas 255 y 285). Un volumen con aroma a cantueso y que culmina con unos párrafos bellísimos, dignos de figurar en cualquier antología del género.

Lo he escrito más de una vez y no vacilo en repetirme: la cultura murciana le debe mucho, muchísimo, a Santiago Delgado, hombre de amplia generosidad y de amplios saberes. Ojalá estas páginas dedicadas a Salzillo sirvan para que los murcianos conozcamos mucho mejor a ambos artistas: el imaginero y el narrador.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Reconozco que Murcia y sus tesoros culturales son algo desconocidos para mi, es una de las comunidades que menos conozco... Tomo nota, profesor.

Besos 💋💋💋