Escribió
una vez Francisco Umbral que la metáfora acaece en ese momento mágico en que
una cosa quiere ser otra y empieza a serlo. Y quizá ocurra una mutación similar
en toda buena biografía: el autor comienza, entusiasmado, a contarnos la vida
de alguien y, gradualmente o de súbito, experimenta una inaudita metamorfosis
que lo lleva a transformarse en él, interiorizar sus ideas y pensamientos,
sentir sus gozos y padecer sus zozobras. Pierre Menard, personaje de Borges,
quiso ser Cervantes mediante un artificio simétrico, y acaso lo fue.
Santiago
Delgado acaba de publicar una excelente biografía novelada sobre el imaginero
Francisco Salzillo y se ha ceñido a ese complicado pero fértil patrón,
siguiendo tres pasos meticulosamente conectados: el primero, documentarse de un
modo abrumador para la ambientación de la trama (una documentación que no sólo
abarca la cronología del personaje, sino sus aledaños inmediatos: los usos
gastronómicos de su tiempo, la topografía exhaustiva de su ciudad, los hábitos
indumentarios, las ideas políticas emergentes, etc); el segundo, sumergirse en
la mente del artista para que las palabras y juicios que emanan de su boca
resulten creíbles; y el tercero, no menos importante que los dos anteriores,
forjar con todos esos materiales un documento estético, en el que la belleza
expresiva, la delicadeza de las secuencias y el buen gusto de los diálogos
destierren todo conato de aridez que pudiera imaginarse.
El
resultado es Me llamo Francisco Salzillo…,
un volumen editado con la colaboración de la Fundación CajaMurcia y con una
sobria ilustración de portada firmada por Pedro Serna, donde nos muestra en
carne viva, en palabra viva, en colores vivos, la trayectoria humana y
artística de aquel genio impregnado de bueneza que, en la imaginación de sus
coetáneos, se hallaba cerca de la santidad. Para lograrlo, Santiago Delgado
construye con voluntad de orfebre una obra proteica que incorpora, además de la
pura narración novelística, una larga secuencia escénica (“una obra de teatro
doméstico” que ocupa las páginas 87-106) y unos aires líricos (“un pequeño
libro poético” que se extiende entre las páginas 255 y 285). Un volumen con
aroma a cantueso y que culmina con unos párrafos bellísimos, dignos de figurar
en cualquier antología del género.
Lo he
escrito más de una vez y no vacilo en repetirme: la cultura murciana le debe
mucho, muchísimo, a Santiago Delgado, hombre de amplia generosidad y de amplios
saberes. Ojalá estas páginas dedicadas a Salzillo sirvan para que los murcianos
conozcamos mucho mejor a ambos artistas: el imaginero y el narrador.
1 comentario:
Reconozco que Murcia y sus tesoros culturales son algo desconocidos para mi, es una de las comunidades que menos conozco... Tomo nota, profesor.
Besos 💋💋💋
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