sábado, 15 de julio de 2017

Bouvard y Pécuchet



Hace treinta años (minuto arriba, minuto abajo) comencé a leer la obra Bouvard y Pécuchet, de Gustave Flaubert, traducido por Aurora Bernárdez (Barral Editores, Barcelona, 1973). Y, francamente, me aburrió. No fui capaz de pasar de la página 50. No sabía hacia dónde demonios iba aquella novela, si es que era una novela. La impresión general era de extrañeza “por el contenido”, aunque de agrado “por el continente”. Es decir: una historia más rara que la leche, contada de manera estupenda. Por impaciencias de la juventud, me la dejé.
Ahora la retomo y descubro algo más, mucho más, en ella. Es la historia de dos hombres que se enzarzan en un proyecto estúpido y justificador, que los libere de la mediocridad y otorgue luz a sus vidas declinantes. Y es curioso ver cómo en todas las ramificaciones de su curiosidad (química, botánica, geología, arte, historia, literatura, política, gimnasia, hipnotismo, teología, filosofía, etc.) buscan siempre una certeza (que nunca hallan) a la que asirse, un saber inconmovible y tranquilizador. Eso es todo. Tan brutal como luminosamente metafórico.
Si tuviera que definir este libro con una sola frase, diría que es la mayor enciclopedia del escepticismo que me ha sido dado leer en toda mi vida. Una suma notable de fracasos, de amarguras y de decepciones, que no sabemos cómo habría terminado (la obra está inconclusa). Misterios del arte. Lo importante es que, con canas en la barba, me reconcilio con estas páginas de Flaubert y aplaudo con fervor.

Copio algunas de las frases que subrayé entonces o ahora en las páginas del libro: “Al tener más ideas, sufrieron más”. “Como todos los artistas, sintieron la necesidad de ser aplaudidos”. “El arte, en ciertas ocasiones, conmueve a los espíritus mediocres, y sus intérpretes más torpes pueden revelar verdaderos mundos”. “Café, licor indispensable para el cerebro”. “La opinión de la gente de gusto es engañosa, y el juicio de la multitud, incomprensible”. “El sufragio universal, perteneciendo a todo el mundo, no puede ser inteligente. Un ambicioso lo dirigirá siempre; los demás obedecerán como un rebaño”. “La multitud sigue invariablemente la rutina. La minoría, por el contrario, es la que aporta el progreso”. “En el espíritu de los dos se desarrolló una facultad lamentable: la de ver la necedad y no tolerarla”.

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