Hace treinta años (minuto arriba, minuto
abajo) comencé a leer la obra Bouvard y
Pécuchet, de Gustave Flaubert, traducido por Aurora Bernárdez (Barral
Editores, Barcelona, 1973). Y, francamente, me aburrió. No fui capaz de pasar
de la página 50. No sabía hacia dónde demonios iba aquella novela, si es que
era una novela. La impresión general era de extrañeza “por el contenido”, aunque
de agrado “por el continente”. Es decir: una historia más rara que la leche,
contada de manera estupenda. Por impaciencias de la juventud, me la dejé.
Ahora la retomo y descubro algo más, mucho
más, en ella. Es la historia de dos hombres que se enzarzan en un proyecto
estúpido y justificador, que los libere de la mediocridad y otorgue luz a sus
vidas declinantes. Y es curioso ver cómo en todas las ramificaciones de su
curiosidad (química, botánica, geología, arte, historia, literatura, política,
gimnasia, hipnotismo, teología, filosofía, etc.) buscan siempre una certeza
(que nunca hallan) a la que asirse, un saber inconmovible y tranquilizador. Eso
es todo. Tan brutal como luminosamente metafórico.
Si tuviera que definir este libro con una
sola frase, diría que es la mayor enciclopedia del escepticismo que me ha sido
dado leer en toda mi vida. Una suma notable de fracasos, de amarguras y de
decepciones, que no sabemos cómo habría terminado (la obra está inconclusa).
Misterios del arte. Lo importante es que, con canas en la barba, me reconcilio
con estas páginas de Flaubert y aplaudo con fervor.
Copio algunas de las frases que subrayé
entonces o ahora en las páginas del libro: “Al tener más ideas, sufrieron más”.
“Como todos los artistas, sintieron la necesidad de ser aplaudidos”. “El arte,
en ciertas ocasiones, conmueve a los espíritus mediocres, y sus intérpretes más
torpes pueden revelar verdaderos mundos”. “Café, licor indispensable para el
cerebro”. “La opinión de la gente de gusto es engañosa, y el juicio de la
multitud, incomprensible”. “El sufragio universal, perteneciendo a todo el
mundo, no puede ser inteligente. Un ambicioso lo dirigirá siempre; los demás
obedecerán como un rebaño”. “La multitud sigue invariablemente la rutina. La
minoría, por el contrario, es la que aporta el progreso”. “En el espíritu de
los dos se desarrolló una facultad lamentable: la de ver la necedad y no
tolerarla”.
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