Mariano Sanz Navarro tiene tres cosas en común con
Jesús Torbado, Osvaldo Soriano y Eduardo Mendoza. La primera es que los cuatro (tres
españoles y un argentino) llevan o llevaron bigote durante buena parte de sus
vidas; la segunda, que son maravillosos, excelentes prosistas; la tercera, que
todos vinieron al mundo en el año 1943, justo en medio de la Segunda Guerra Mundial.
La última demostración del talento de Mariano Sanz
nos llega con El comisario Soto, que
es su primera incursión en el ámbito de la novela, tras unos libros de viajes
realmente fastuosos. Y el resultado es sin duda notable, pese a que la
editorial juegue a despistar a los compradores del libro diciéndoles en la
contraportada que “el lector tiene en sus manos una novela negra”. Yo, que no
pertenezco a la cofradía de los amantes de dicho género, tragué un poco de
saliva cuando me sumergí en sus primeros párrafos, pero conforme avanzaba por
sus páginas me fui dando cuenta de que la frase de la contraportada no pasaba
de ser un resorte publicitario más, sin demasiada consistencia.
El
comisario Soto, por suerte, sí que
es una estupenda narración, que se construye sobre tres personajes principales:
Roberto Soto, que ha dedicado la mayor parte de su vida a ejercer como comisario
y también como corredor de comercio; su esposa Mercedes, una mujer fea,
tiránica y desdeñosa, que mantiene con él una relación fría y bastante
artificial (le preocupan mucho más las relaciones sociales que el trato con su
marido); y Manuel, alias El Lagartija, un antiguo ladronzuelo por el que Soto
apostó y que, a la postre, terminó convirtiéndose en una persona honrada, que
vive en Vallvidrera y que tiene como vecino a un singular detective privado que
adora la gastronomía y que responde al nombre de Pepe Carvalho.
¿Y dónde se encuentra la mejor virtud de esta
narración, que se extiende por encima de las trescientas páginas? Entiendo que
radica en un doble eje: de un lado, la capacidad que demuestra Mariano Sanz para
darle fluidez al relato, que avanza con ritmo sereno, claro y eficaz; del otro,
en la maestría que demuestra el novelista para construir personajes densos,
enjoyándolos de matices, hasta lograr que los veamos como entidades vivas,
solventes, creíbles. Así, por poner un único ejemplo, Mercedes no es
simplemente una mujer rebosante de acrimonia que ha ido poco a poco amargando
la existencia a Soto, sino que su alma se fue forjando gracias a los golpes que
el Destino le infligió: hija de un jugador empedernido que avergonzaba a su
familia; criada luego por su tía Remedios, una mujer beata y engañada por su
marido; luego recriada por su tía Camila, que llevaba en Barcelona una vida
mucho menos convencional, como querida del señor Benet... Con docenas de
mimbres como esos, Mariano Sanz nos va situando ante seres de asombroso
espesor, que consiguen que la obra crezca hacia
atrás, porque las miradas retrospectivas adquieren mucha más importancia
que la enumeración de los aconteceres actuales.
El experimento, desde luego, funciona. Y Mariano
Sanz Navarro logra con esta falsa novela negra algo más importante que un libro
sujeto a la tiranía de la moda: una auténtica novela sobre la España más negra del siglo
XX. Me siento feliz de haberla leído.
2 comentarios:
Me encanta la novela negra, la buena novela negra, lo mal llamada así y que no es más que un quiero y no puedo ¡Me apetece leerla! más que anotada, ya me pongo a buscarla.
Un beso
Yolanda ❤❤❤
Me alegra, Rubén, que hayas penetrado hasta lo hondo en el magma de la novela. Uno, ya sabes, es mal juez de lo suyo, así es que me remito a tu buen criterio antes que al mío. Muchas gracias, comentarios como el tuyo justifican todos los esfuerzos del autor. Un abrazo.
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