Sobrevivir
al campo de concentración y contarlo con serenidad. Explicarnos lo que se
sentía y cómo se lograba aguantar un minuto más, un día más, una semana más.
Dónde se encontraban las energías, los asideros, las motivaciones. Es lo que
hace el neurólogo y psiquiatra Viktor E. Frankl, que estuvo en Dachau y
Auschwitz y que, tras ser liberado por el ejército norteamericano al final de
la II Guerra Mundial, compuso este libro.
Con una
sinceridad durísima, Frankl explica: “Sólo se
mantenían vivos aquellos prisioneros que tras varios años de dar tumbos de
campo en campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la
existencia; los que estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio, fuera
honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, el robo, la traición o lo
que fuera con tal de salvarse. Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud
de casualidades fortuitas o milagros —como cada cual prefiera llamarlos— lo
sabemos bien: los mejores de entre nosotros no regresaron”. Estas pequeñas anotaciones actúan como su
memoria de aquel tiempo, del que consiguió volver vivo pero no indemne. No fue,
en el campo, un personaje relevante (“Yo era un prisionero más, el
número 119.104”); y, de hecho, llegó a plantearse la posibilidad de “escribir
este libro de manera anónima, utilizando tan solo mi número de prisionero”.
El doctor
Frankl comprobó que el hombre se sobrepone y se adapta a cualquier situación,
por inaudita que pueda antojarse, utilizando la fuerza de su mente y
planteándose que la vida tiene una meta y un sentido, que debemos descubrir por
nosotros mismos. En esa situación angustiosa es donde se descubre el acero o el
barro del que cada espíritu está confeccionado (“Hay
dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la raza de los hombres
decentes y la raza de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en
todas las capas sociales. Ningún grupo se compone de hombres decentes o de
hombres indecentes, así sin más ni más”).
De
todos los momentos especiales del volumen, me quedaría con éste: las emotivas
palabras que pronunció ante un compañero de cautiverio, y que le hizo
memorizar: “Otto, escucha, en caso de que yo no regrese
a casa junto a mi mujer y en caso de que la vuelvas a ver, dile que yo hablaba
de ella a diario, continuamente. Recuérdalo. En segundo lugar, que la he amado
más que a nadie. En tercer lugar, que el breve tiempo que estuve casado con
ella tiene más valor que nada, que pesa en mí más incluso que todo lo que hemos
pasado aquí”. Es imposible leer esto sin que un escalofrío recorra el cuerpo.
La
parte final del libro, interesante pero más alejada de lo puramente literario,
consiste en una explicación detallada acerca de lo que significa la
logoterapia, el método psicológico que utilizaba Viktor Emil Frankl en su
trabajo profesional.
Un
libro sobrecogedor que conviene leer.
2 comentarios:
¿Logoterapia? ¿Curación por el conocimiento?
¿Logoterapia? ¿Curación por el conocimiento? Desde luego nadie sabe quién es en esa taxonomía hasta que la muerte no se hace presente enfrente de él.
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