Volver de vez en cuando a los clásicos que amamos,
para leer sus obras menos famosas o para releer las que ya degustamos años
atrás, siempre es una buena idea: bien porque nos aporta hermosura, bien porque
nos suministra matices (positivos o negativos) que completan y perfeccionan la
imagen que teníamos. En este volumen que hoy comento se unen dos novelas cortas
de Thomas Mann, traducidas por F. Oliver Brachfeld y editadas por Plaza & Janés.
La primera es Mario
y el mago, que se ambienta en Torre di Venere, cerca del mar Tirreno, y que
nos relata una velada incómoda pero magnética en la cual el mago Cipola ejecuta
sus trucos como hipnotizador. El modo desdeñoso y altanero en que trata al
público, la mezcla de admiración y repulsa que genera, sus constantes libaciones
alcohólicas y, finalmente, su burla hacia la virilidad y el amor no
correspondido de un pobre camarero local, terminan derivando en catástrofe.
La segunda propuesta, mucho más wagneriana, lleva
por título Sangre de Welsas, y nos
instala en los días previos a la boda de la joven Sieglinde con su vulgar
prometido Beckerath. Mientras que la muchacha pertenece a una familia riquísima
(y algo snob), su futuro esposo es un simple empleado, un burgués sin más
virtudes aparentes que la cortesía gris y la mediocridad. Este cuadro narrativo
se complica con la presencia de Sigmundo, el hermano mellizo de Sieglinde,
quien mantiene con ella una vinculación tan fraternal como cenagosa: caminan
dándose la mano, gustan de acariciarse sin ningún recato, se besan en los
labios...
Maestro de las atmósferas ambiguas y de las
relaciones turbias, Thomas Mann nos asombra e inquieta, una vez más, en estas
páginas.
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