domingo, 1 de diciembre de 2013

Historia de las utopías



Desde el origen de los tiempos, los pensadores más ecuánimes han sido conscientes de que el mundo, tal y como lo ha vertebrado la especie humana, es injusto y perfectible. De tal manera que, en algunos casos, se hayan aplicado a la labor teórica de idear un modelo más armonioso, compensado y razonable para la organización social de sus miembros. Esta tradición intelectual, que arrancó con Arístocles y aún no se ha detenido, es analizada por Lewis Mumford en su volumen Historia de las utopías, que el sello riojano Pepitas de calabaza acaba de poner en las librerías, con la traducción de Diego Luis Sanromán.
Las tres primeras aproximaciones del ensayista tienen como objeto de estudio la República de Platón (que propugna la distribución social de sus habitantes en función de sus inclinaciones naturales y donde se tolera y aun se estimula la eugenesia: “La gente que era demasiado deforme en términos físicos o espirituales debía ser eliminada”, p.58), la Utopía de Tomás Moro (en la cual se fomenta la vida alternativa entre campo y ciudad, además de solucionar el problema de la falta de mano de obra agrícola “recurriendo a los servicios de las clases que, en los tiempos de Moro, vivían mayoritariamente ociosas: los príncipes, los ricos y los mendigos”, p.74) y la Cristianópolis de Johann Valentin Andreae (una democracia de artesanos en la que, por ejemplo, los maestros de primaria son reclutados entre “lo más selecto de los ciudadanos”, p.98).
Repasa luego la utopía asociacionista de Fourier, más industrial que ideológica, la cual no produce entusiasmo en el autor del libro (“Confieso que resulta difícil tomarse en serio a este patético hombrecillo”, p.122); el proyecto de ciudad industrial ejemplar de Robert Owen (“Un noble personaje, incluso cuando su actitud resulta forzada y su tono, estridente”, p.123); las ideas de Theodor Hertzka, el economista austriaco (“indescriptiblemente insulsas”, p.142); la excesiva reglamentación gubernamental de la utopía diseñada por Étienne Cabet (“Comer, trabajar, vestirse, dormir… no hay manera de escapar a las reglamentaciones estatales”, p.148)… Pero también nos habla de otros proyectos encauzados en la misma línea, aunque no atribuibles a un solo autor, como el ideal de la Casa Solariega (un reducto armónico a pequeña escala, adaptado a su gusto por creadores tan diferentes como Rabelais, Pope, H. G. Wells, Bernard Shaw o Chéjov), la dickensiana propuesta de Coketown (que se construye sobre un modelo fabril donde las calles son rectas, la comodidad está supeditada a la eficacia y donde se persigue de forma obsesiva la producción, con consecuencias visionarias que luego la realidad suscribiría: “Solo fabricando cosas de una calidad lo suficientemente baja para que se hagan pedazos cuanto antes, o bien cambiando la moda lo suficientemente a menudo, puede mantenerse la mayor parte de su maquinaria en funcionamiento”, p.204) o la fría estructura de Megalópolis (donde prima lo artificial, la uniformidad y la estandarización burocrática, tan desangelada como espeluznante).

Con una prosa amena, una lucidez encomiable y una gran densidad de datos, Mumford construye un trabajo de enorme interés, en el que conocemos cómo las mentes más preclaras –y también algunas fanáticas o locoides– han intentado resolver uno de los enigmas más prolongados y oscuros de la historia humana: por qué, a despecho de nuestro desarrollo cerebral, hemos sido incapaces de organizar justa y racionalmente nuestra vida.

No hay comentarios: