He conocido en mi vida muchos grupos literarios.
Personas que se reunían para leer sus textos, intercambiar experiencias,
aprender los unos de los otros y tratar de publicar finalmente los resultados
en alguna revista, fanzine o libro discreto. Pero lo que tiene organizado en
Molina de Segura (Murcia) el colectivo llamado La Molineta Literaria es que no
tiene apariencia de normalidad. Primero, por la inusitada condensación de
talento que circula por allí; y segundo, por el férreo entusiasmo que
demuestran a la hora de dar salida a sus creaciones, que acaban por emerger a
la luz en publicaciones de singular calidad.
Lo más reciente que han dado a la imprenta recibe
el refrescante nombre de Cucurucho de
microrrelatos (Literatura POP) y es un volumen de pequeñas diapositivas intensas
donde todos los componentes del grupo despliegan ante el lector sus armas
creativas (o sus almas creativas, que viene a ser lo mismo). Y, por si tan
seductor panorama se antojara escaso, ilustraciones que acompañan a cada texto
(la mayor parte de ellas debidas a la muñeca del incansable Ignacio Flórez de
Losada).
Quien guste de las reflexiones sobre el tiempo se
encontrará con símbolos muy hermosos, que se adornan del carácter hereditario
(José Antonio Abellán); con misteriosos desdoblamientos borgianos (Manuela
Sánchez Ibáñez); y hasta con habilidosos juegos entre lo oriental y lo
cronológico (FSusano García). Quien sienta más inclinación por las historias de
amor encontrará también alimento de elevada hermosura, desde tristes episodios
de renuncias (Francisco Pellicer) hasta deliciosas piruetas de anonimato y
autobuses (Blanca Pérez de Tudela), pasando por colisiones sorprendentes (Pablo
Molero) o secuencias de amor magnético y sinóptico (Carmina Maricó).
Pero es que este bello volumen contiene muchas más
ramas que no se pueden sujetar a grupos o temas. Hay tal proliferación de
aventuras y descubrimientos que resulta imposible dar cuenta de todos: la
maestría estatuaria de Manuel Moyano; los homicidios religiosos de Paco López
Mengual; la tristeza migratoria de Teresa Soriano Oms; el candor pueril
retratado, tanto literaria como plásticamente, por Berta Höpfner; las
disquisiciones sobre una palabra perdida que nos traslada Felipe Julián
Hernández Lorca; algunas escenas de luces más bien equívocas, como las que nos
propone Elías Meana; las sublimes ironías líricas de Ewal Carrión Díaz, que
juega prometedoramente con las palabras; la ignominia de la violencia que nos
instala en el alma María Jesús Muñoz Bó; los regalos mágicos que recibe el
artista de María Valgo; ese milagro vegetal que idea Yolanda Noguera Díaz; las decepcionadas
clausuras de Pablo de Aguilar; las viñetas anafóricas que construye Elena
Robles en “Días de septiembre”; las excursiones tabernarias de Rafael Rabadán;
la singular influencia que la moda puede desplegar sobre el éxito o el fracaso
de una cita a ciegas (como se encarga de recordarnos Pedro Brotini)...
Lo tiene todo esta obra para encandilar, seducir y
convencer a los lectores que abran sus páginas. Por tenerlo todo, fíjense,
tiene hasta el mejor microrrelato de amor que he leído en toda mi vida. Quizá
la mejor historia de amor que he leído en mi vida. Tiene siete líneas, se
titula “Palpitaciones” y su autor es Santa Cruz García Piqueras. No les digo
más.
Acaben el año dejándose aconsejar por esta
propuesta navideña. Me lo van a agradecer seguro.
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