miércoles, 4 de diciembre de 2013

Crimen en La Torre de Montijo



Merceditas, la del guardarropa (lo explicó Joan Manuel Serrat), tenía bordadas en la boca la vida y la muerte. Y Florita, la hermosa hija de Julián y Enriqueta, chica modosa y de dulce trato, amén de lectora de Bécquer, se va a convertir sin pretenderlo en el núcleo y columna vertebral de tres varones que la circundan: Antonio (un hombre casado y pendenciero, que no dudará a la hora de golpear a quien ofenda a su esposa pero que, al mismo tiempo, se prendará de los encantos femeninos de la muchacha, a quien ronda obsesivamente), Miguel (vendedor de leña que frecuenta el burdel y que, una vez dilapidado su capital en disfrutes carnales, retorna a sus modales toscos, gruñones y violentos) y Gabriel (un chico de buena fama, laborioso e intachable, que desea sobre todas las cosas casarse con Florita, buena amiga de su hermana Provi). Los tres varones revolotean en torno a la prudente muchacha, modelo de recatos y de virtudes.
Añadamos al cuadro otros personajes, no menos intensos ni seductores, para enriquecer el panorama narrativo: Felipe, un homosexual atrapado en una familia intransigente y zafia, con unos hermanos que se burlan de él por sus cremas y por su vagancia, y con un padre que se evade en el vino para no escupirle con demasiado vigor el asco que siente por su condición de sarasa; don Gaspar, un jubilado que ha venido desde Zamora para construirse una vivienda cómoda y amplia en La Torre de Montijo, donde espera pasar sus últimos años en paz; Ramón, un mastodóntico retrasado que se convierte en la voz abrupta y entrecortada del inconsciente colectivo; o Marcelino, un guardia civil tan tenaz como inescrupuloso y torpe.
Y ahora pongamos un paisaje: una zona rural del extrarradio de Molina de Segura (Murcia), con media docena de casas, un horno comunal, algunas viejas bicicletas y motocarros... y algunas inquinas de difícil solución, pespunteadas con patatas al mazo y vino del terreno.
¿Lo tienen?

Bien, pues ahora vuelvan la vista hacia Gabriel, Antonio y Miguel, los tres lugareños que se citaban al principio: uno de ellos se convertirá en esta novela en un violador; otro, en un asesino; y el tercero se tirará un tiempo en la cárcel, por un delito de sangre que no ha protagonizado. Los detalles los tienen ustedes en la reciente y última novela de José María López Conesa, Crimen en La Torre de Montijo. Y les adelanto que merece la pena adentrarse en sus páginas: contienen buenas pinturas costumbristas, diálogos ágiles y certeros, penetraciones psicológicas y una prosa llena de amenidad y soltura, construida sobre capítulos rápidos y eficaces. Anótenla para estas Navidades.

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