Merceditas, la del guardarropa (lo explicó Joan
Manuel Serrat), tenía bordadas en la boca la vida y la muerte. Y Florita, la
hermosa hija de Julián y Enriqueta, chica modosa y de dulce trato, amén de
lectora de Bécquer, se va a convertir sin pretenderlo en el núcleo y columna
vertebral de tres varones que la circundan: Antonio (un hombre casado y
pendenciero, que no dudará a la hora de golpear a quien ofenda a su esposa pero
que, al mismo tiempo, se prendará de los encantos femeninos de la muchacha, a
quien ronda obsesivamente), Miguel (vendedor de leña que frecuenta el burdel y
que, una vez dilapidado su capital en disfrutes carnales, retorna a sus modales
toscos, gruñones y violentos) y Gabriel (un chico de buena fama, laborioso e
intachable, que desea sobre todas las cosas casarse con Florita, buena amiga de
su hermana Provi). Los tres varones revolotean en torno a la prudente muchacha,
modelo de recatos y de virtudes.
Añadamos al cuadro otros personajes, no menos
intensos ni seductores, para enriquecer el panorama narrativo: Felipe, un
homosexual atrapado en una familia intransigente y zafia, con unos hermanos que
se burlan de él por sus cremas y por su vagancia, y con un padre que se evade
en el vino para no escupirle con demasiado vigor el asco que siente por su
condición de sarasa; don Gaspar, un jubilado que ha venido desde Zamora para
construirse una vivienda cómoda y amplia en La Torre de Montijo, donde espera
pasar sus últimos años en paz; Ramón, un mastodóntico retrasado que se
convierte en la voz abrupta y entrecortada del inconsciente colectivo; o
Marcelino, un guardia civil tan tenaz como inescrupuloso y torpe.
Y ahora pongamos un paisaje: una zona rural del
extrarradio de Molina de Segura (Murcia), con media docena de casas, un horno
comunal, algunas viejas bicicletas y motocarros... y algunas inquinas de
difícil solución, pespunteadas con patatas al mazo y vino del terreno.
¿Lo tienen?
Bien, pues ahora vuelvan la vista hacia Gabriel,
Antonio y Miguel, los tres lugareños que se citaban al principio: uno de ellos
se convertirá en esta novela en un violador; otro, en un asesino; y el tercero
se tirará un tiempo en la cárcel, por un delito de sangre que no ha
protagonizado. Los detalles los tienen ustedes en la reciente y última novela
de José María López Conesa, Crimen en La
Torre de Montijo. Y les adelanto que merece la pena adentrarse en sus
páginas: contienen buenas pinturas costumbristas, diálogos ágiles y certeros,
penetraciones psicológicas y una prosa llena de amenidad y soltura, construida
sobre capítulos rápidos y eficaces. Anótenla para estas Navidades.
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