Abrir un libro de la psicoanalista Lola López
Mondéjar (Murcia, 1958) es siempre mostrarse dispuesto a emprender un viaje. Un
viaje profundo, en el que se nos invita a penetrar en el alma torturada,
indecisa y vulnerable de sus protagonistas. Por eso, quizá, me gustan tanto sus
obras, desde el primer día: porque no hay en ellas concesiones a la facilidad,
a la ñoñería, al simplismo. Todo está milimétricamente calculado para que el
dibujo final constituya un cosmos, una tabla periódica, una biblioteca de
emociones. Lola López Mondéjar (lo viene demostrando en sus últimas novelas,
cada vez más decantadas y exquisitas) es muy habilidosa a la hora de proceder
al análisis íntimo de sus personajes, de tal forma que sentimos que el alma de
éstos es tan densa y está tan horadada de recovecos que necesitaríamos más de
una lectura para acceder a sus secretos, a sus pulsiones más decisivas.
Su última propuesta se titula La primera vez que no te quiero (Siruela) y ahonda en esa línea
narrativa tan interesante. Su protagonista es Julia, una chica que crece en un
ambiente familiar difícil y que tiene que edificar su mundo interior y exterior
a base de coraje, amnesia y pundonor. Su madre estuvo a punto de ahogarla
cuando apenas tenía dos meses; su entorno familiar no cumple sus expectativas;
su país está dominado por la siniestra dictadura del general Franco, castradora
de libertades... Y Julia se ahoga en un océano de grisura. Ella cree que el
mundo exterior tiene que estar lleno de colores, y que su objetivo vital
consiste en salir a buscarlos. Pero se tropezará con varias personas y
circunstancias que no se lo pondrán fácil: el Señor Oscuro (un hombre egoísta,
que en realidad no la ama, aunque somete su voluntad gracias a una mentira tan
revolucionaria como interesada); su marido, canónico, educado y aburrido, al
que no duda en traicionar en la medida en que su corazón se lo exige (“Un
hombre exquisito y bueno”, lo define en la página 24); un padre que jamás la
auxilia con su ternura o su consejo, tan necesarios siempre para una hija (“Era
opaco, oscuro, ausente”, afirma en la página 32); unos estudios que, en el
estrecho horizonte español, se le figuran insuficientes, y que sentirá la
urgencia de ampliar en el extranjero... Y Julia tiene que dar el salto fuera
del mecanismo, como preconizaba Meursault: Francia e Italia le ofrecerán el
amor apasionado de Paolo, las investigaciones en el mundo del psicoanálisis, el
reforzamiento de sus ideales de izquierda, la apertura a horizontes que la irán
moldeando. Se empleará en trabajos muy por debajo de su nivel intelectual,
conocerá a gentes de todo tipo e irá de esa forma convirtiéndose en la Julia
que necesita ser. Una mujer que busca y se busca, que se formula constantemente
preguntas y que anhela respuestas. Una inquisidora radical que necesita
entender el mundo y entenderse a sí misma. Y para ello utiliza la energía
derivada de la pasión. Porque yo creo
que ése es el rasgo que define con más exactitud a Julia: la voluntad que la
impulsa hacia horizontes de conocimiento (en el amor, en su profesión, en sus
ideas políticas), incluso cuando ejecuta un intento de suicidio (porque el
suicidio es, aunque en su forma negativa, también un modo de la pasión). Frente
a la protagonista sumisa, alienada y débil de Mi amor desgraciado (también publicada con el sello Siruela), Julia
araña la tierra con las uñas para ir siempre más allá; y Lola López Mondéjar la
acompaña en su viaje en dos líneas narrativas que se van alternando (la crónica
de su infancia y la crónica de su actualidad), y que al final se acompasan para
ofrecernos un dibujo panorámico de su vida y de su corazón.
«La felicidad es, intelectualmente, muy poco
productiva», afirmaba la escritora en su libro Una casa en La Habana. «Tal vez nunca existió la alegría», dijo en Yo nací con la bossa nova. Lola López
Mondéjar ha conseguido en esta novela una historia que, sin ser feliz, está
adornada con tintes de heroicidad: el combate de una mujer para ser, en medio
de un entorno hostil, ella misma.
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