domingo, 10 de noviembre de 2013

El secreto de Adán



Cuando hace unos años comencé a publicar reseñas en esta página me formulé a mí mismo una única promesa: decir siempre la verdad. Los lectores de mis páginas siempre me han merecido un exquisito respeto, así que me negaba por honradez a venderles humo, darles gato por liebre o venderles ganga a precio de mena. No era razonable. Durante meses y aun años he comentado aquí novelas, poemarios, libros de cuentos y de aforismos, ensayos, libros juveniles... Y siempre he respetado mi promesa. Lo haré, desgraciadamente, también hoy.
Y digo “desgraciadamente” porque la editorial que ha publicado el libro (Punto de Lectura) me merece un profundo aprecio y me disgusta tener que salpicarla de barro con mis líneas de hoy. Pero es que, sin paliativos, El secreto de Adán, de Guillermo Ferrara, me ha parecido un volumen insufrible. Todo en él es nefasto, salvo la documentación que el autor utiliza, que es abundante y muy variada. Con todo, ese detalle meritorio no salva el libro ni lo disculpa. Una novela tiene que ser un artefacto narrativo bien organizado donde se traslade a los lectores una historia creíble, con un lenguaje adecuado, un estilo brillante y un desarrollo milimétricamente medido. Y nada de eso hay en El secreto de Adán, que hace aguas por donde se la mire y que está erosionada por la aluminosis casi en cada página. Los personajes son puro cartón piedra y están tejidos con sartas de tópicos sobadísimos (un arqueólogo que descubre un gran misterio relacionado con la Atlántida; una chica guapa y seductora, hija del anterior; un apuesto héroe que mide metro noventa y que tiene un sólido prestigio profesional; un obispo ambicioso y pedófilo, que aspira a convertirse en papa); las situaciones son tan tediosas como previsibles (chica guapa y chico apuesto investigando en los archivos del arqueólogo y descubriendo terribles secretos que tambalearán los cimientos de la iglesia católica; interrogatorios con las bravatas más manidas); un lenguaje ramplón en el que se deslizan incluso algunas incorrecciones semánticas (se dice en la página 210 que «el primer Adán no es más que la abreviatura simbólica del ADN», como si una abreviatura pudiera ser más larga que el término sustituido); y, sobre todo, un anonadante batiburrillo de culturas, creencias, ciencias y artes, que Guillermo Ferrara nos sirve mezcladas en una coctelera increíble, donde todo cabe y todo vale, porque lo importante parece ser bombardear a los lectores con todas las conexiones posibles, por alocadas, traídas por los pelos o imbéciles que puedan antojarse: el cine de Hollywood, la creación del sida en un laboratorio, el sexo místico de los atlantes, los chakras, el yoga, la Biblia, Platón, la OTAN, el peyote, las danzas rituales de los derviches, el mapa de Piri Reis, la zona 51 norteamericana, los faquires de La India, el sirtaki, los juegos olímpicos de Londres, Cristóbal Colón, un inmenso asteroide que se dirige hacia la Tierra, las profecías mayas... Como se puede observar, una auténtica sandez que únicamente podría ser tolerada, incluso con alegría, si estuviese bien escrita. Que no es el caso.

¿Mejora el libro en sus momentos finales? Pues reconozco que no les sabría decir. Mi estómago y mis ojos me exigieron que parara en la página 220. Si ustedes tienen ánimo, sigan por mí.

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