Cuando hace unos años comencé a publicar reseñas en
esta página me formulé a mí mismo una
única promesa: decir siempre la verdad. Los lectores de mis páginas siempre me
han merecido un exquisito respeto, así que me negaba por honradez a venderles
humo, darles gato por liebre o venderles ganga a precio de mena. No era
razonable. Durante meses y aun años he comentado aquí novelas, poemarios,
libros de cuentos y de aforismos, ensayos, libros juveniles... Y siempre he
respetado mi promesa. Lo haré, desgraciadamente, también hoy.
Y digo “desgraciadamente” porque la editorial que
ha publicado el libro (Punto de Lectura) me merece un profundo aprecio y me
disgusta tener que salpicarla de barro con mis líneas de hoy. Pero es que, sin
paliativos, El secreto de Adán, de
Guillermo Ferrara, me ha parecido un volumen insufrible. Todo en él es nefasto,
salvo la documentación que el autor utiliza, que es abundante y muy variada.
Con todo, ese detalle meritorio no salva el libro ni lo disculpa. Una novela
tiene que ser un artefacto narrativo bien organizado donde se traslade a los
lectores una historia creíble, con un lenguaje adecuado, un estilo brillante y
un desarrollo milimétricamente medido. Y nada de eso hay en El secreto de Adán, que hace aguas por
donde se la mire y que está erosionada por la aluminosis casi en cada página.
Los personajes son puro cartón piedra y están tejidos con sartas de tópicos
sobadísimos (un arqueólogo que descubre un gran misterio relacionado con la
Atlántida; una chica guapa y seductora, hija del anterior; un apuesto héroe que
mide metro noventa y que tiene un sólido prestigio profesional; un obispo
ambicioso y pedófilo, que aspira a convertirse en papa); las situaciones son
tan tediosas como previsibles (chica guapa y chico apuesto investigando en los
archivos del arqueólogo y descubriendo terribles secretos que tambalearán los
cimientos de la iglesia católica; interrogatorios con las bravatas más
manidas); un lenguaje ramplón en el que se deslizan incluso algunas
incorrecciones semánticas (se dice en la página 210 que «el primer Adán no es
más que la abreviatura simbólica del ADN», como si una abreviatura pudiera ser
más larga que el término sustituido); y, sobre todo, un anonadante batiburrillo
de culturas, creencias, ciencias y artes, que Guillermo Ferrara nos sirve
mezcladas en una coctelera increíble, donde todo cabe y todo vale, porque lo
importante parece ser bombardear a los lectores con todas las conexiones
posibles, por alocadas, traídas por los pelos o imbéciles que puedan antojarse:
el cine de Hollywood, la creación del sida en un laboratorio, el sexo místico
de los atlantes, los chakras, el yoga, la Biblia, Platón, la OTAN, el peyote,
las danzas rituales de los derviches, el mapa de Piri Reis, la zona 51
norteamericana, los faquires de La India, el sirtaki, los juegos olímpicos de
Londres, Cristóbal Colón, un inmenso asteroide que se dirige hacia la Tierra,
las profecías mayas... Como se puede observar, una auténtica sandez que únicamente
podría ser tolerada, incluso con alegría, si estuviese bien escrita. Que no es
el caso.
¿Mejora el libro en sus momentos finales? Pues
reconozco que no les sabría decir. Mi estómago y mis ojos me exigieron que
parara en la página 220. Si ustedes tienen ánimo, sigan por mí.
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