La pregunta es tan retórica como intrigante, y
seguro que nos la hemos formulado más de una vez: ¿qué pensaría X de esto? O
dicho de una forma ejemplar y con nombres concretos: ¿qué pensaría Platón de la
enseñanza de hoy en día? ¿Qué pensaría Aristóteles de la física cuántica? ¿Qué
pensaría Nietzsche de Internet? Es un modo de ficción intelectual con el que se
corren riesgos, quién se atrevería a dudarlo, pero que puede llegar a ser muy
revelador, porque nos permite afrontar los problemas de un modo diferente.
Javier Mina acaba de ofrecernos un experimento de esta índole, que lleva por
título Montaigne y la bola del mundo,
y que le publica el sello Berenice.
En sus páginas, y apoyándose siempre en los textos
de Michel de Montaigne, se busca hacernos reflexionar sobre mil y un temas que,
de una manera u otra, conforman la esencia de nuestro mundo. Lo chocante es que
Javier Mina, sin dejar de ser él mismo y de aportar su visión subjetiva de las
cosas, trata de ser también Montaigne. Empapado de sus ideas y de su método
intenta construir respuestas “montaignescas” que sean sólidas y atinadas. A mi
juicio, lo consigue. Nos habla, por ejemplo, de Internet y de la infoxicación
(es decir, el exceso de información que puede venirnos por vía informática, y
que más que movilizarnos nos paraliza y anula); de las falsas profecías
milenaristas, tan recurrentes como espectaculares (la última, relacionada con
los mayas); del movimiento de los indignados (p.240); de la famosa memoria
histórica y su relación con la guerra civil española de 1936; del brutal
Holocausto judío; de los no menos brutales sistemas de represión y penalización
en la Rusia soviética de Stalin; de los excesos flagrantes de la neopedagogía
(p.252); del terrorismo de ETA; de los idiotas morales; de los nuevos cocineros
(p.254); del rol paternalista que está adoptando el Estado (cada día con más
virulencia y más desvergüenza); y de otros temas, tan variados como
interesantes.
Pero es que Javier Mina no elude en ningún momento
las afirmaciones categóricas y polémicas, que vienen a convertirse en la parte
más sabrosa del volumen. Sirvan dos ejemplos, mientras dejo los demás para los
lectores del tomo: los derechos de los animales, sobre cuyo reconocimiento es
contundente (afirma que admitir esos derechos sólo puede provenir «de haberse
dado un atracón de dibujos animados —ese pasatiempo en que los animales actúan
como humanos— o de una sobredosis de amor por las mascotas y su marketing de
ropitas y complementos», p.34) y la actuación de la Iglesia Católica que, a su
entender, «ha estado prefiriendo que la gente contrajera, en última instancia,
el sida a que se conculcara su doctrina sobre el uso del preservativo» (p.202).
Situado en medio de un Estado del Bienestar al que
de un modo tan preocupante como acelerado «se le está desvaneciendo el
apellido» (p.121), Javier Mina se enfrenta en esta obra, con rigor y con
valentía, a todo tipo de asuntos, sin preocuparse de que el conjunto pueda parecer
disperso, caótico o superficial. No es ninguna de esas cosas, puedo asegurarlo.
Siguiendo el modelo divagatorio, digresivo, ramificante y fértil del ensayista
francés al que toma como modelo, Mina consigue una obra montaignesca de
principio a fin. Era un difícil empeño, que cumple con elegancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario