Hay un momento en la trayectoria de ciertos
escritores en que, de broma o en serio, con carácter permanente o momentáneo,
eligen camuflarse bajo la careta de un seudónimo. Y esos seudónimos ya se
quedan ahí, en la historia de la literatura, con diferentes intensidades y
valías. Ocurre en el mundo de la novela (Azorín, Clarín, Stendhal), en la
poesía (Novalis, Álvaro de Campos, Julio Denis, Pablo Neruda), en el periodismo
(El pobrecito hablador, que encubría a Mariano José de Larra; G. Caín, fórmula
que inventó Guillermo Cabrera Infante al combinar las sílabas iniciales de sus
apellidos), en el teatro (Tirso de Molina)... Si supiera de un buen libro sobre
la historia de esas sustituciones, créanme que lo compraba, leía y reseñaba aquí,
porque es un tema que me resulta fascinante.
Una actualización curiosa de ese procedimiento se
acaba de producir en la editorial Tusquets: se ha lanzado un volumen
novelístico de la desconocida Fernanda Kubbs y, mediante un fajín publicitario
que rodea el libro, se advierte a los compradores de que esa autora no es sino
la catalana Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, 1945), circunstancia que
se corrobora nada más abrir el tomo, ver su foto en la solapa y leer las líneas
de su biografía. ¿El motivo del cambio de nombre? Nada que ver con El artista antes conocido como Prince:
simplemente que la narradora ha decidido inaugurar una serie de novelas con ese
nombre ficticio, que se supone que tendrá continuación en los próximos años.
La primera entrega es la que, con el número 795 de
la colección Andanzas, acaba de aparecer con el título de La puerta entreabierta. Y su arranque es falsamente convencional y
sosegado: una joven periodista recibe de su jefe el encargo de visitar a una
pitonisa de renombre, que se encuentra en la ciudad. Descreída de todo lo que
tenga que ver con las artes adivinatorias, irritada con su superior (sospecha
que le adjudica trabajos enojosos para que, sintiéndose menospreciada, dimita y
abandone el periódico) y con la tibia ilusión de salir esa noche a tomar unas
copas con un compañero de la redacción, Isa se sienta ante Madame Krauza, una
histriónica mujer que pronuncia con marcado acento extranjero y que, mientras
le formula preguntas, va acariciando una bola de cristal que está situada entre
las dos mujeres. Como se puede observar, nada que quebrante el guión típico de
este tipo de encuentros, ni que vulnere los clichés. Pero de pronto, sin que
medie una explicación razonable del fenómeno, Isa se da cuenta de dos detalles
que la sorprenden y noquean: el primero es que Madame Krauza ya no pronuncia
como una extranjera, sino como una persona del país, y además asustada; el
segundo es que ella, Isa, la descreída e intrépida periodista de investigación,
se encuentra atrapada dentro de la bola de cristal.
Lo que sucede a partir de ahí no debe ser contado,
sino leído. Con la habilidad esperable de una escritora tan curtida, Cristina
Fernández Cubas nos llevará por los caminos de la sorpresa, de la magia y de la
paradoja, haciéndonos cruzar fronteras y reflexionar sobre los espejos, las
dimensiones ignoradas y la fuerza de los sentimientos.
He aquí una novela distinta, que nos conduce hacia
meditaciones muy interesantes sobre la condición humana y sobre sus
trampantojos.
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