Si me preguntaran cuáles son los personajes más
emblemáticos que ha dado la novela murciana en los últimos tiempos, yo diría
que cuatro: el eremita de Miguel Espinosa, el Aníbal Salinas de Pascual García,
el capitán Alatriste de Arturo Pérez-Reverte y el detective Víctor Ros de
Jerónimo Tristante. De ahí que la aparición de un nuevo volumen con las
aventuras de este último (La última noche
de Víctor Ros, Plaza & Janés) pueda ser celebrada con alborozo por sus
miles de lectores. Y no sólo por las entregas anteriores del eficaz
investigador sino porque este tomo, en sí mismo, ya es un auténtico lujo.
La propuesta que Jerónimo Tristante nos desliza
ahora está situada en el Oviedo de finales del siglo XIX (en concreto, en
1883). Un chico de apenas 18 años ha sido encontrado muerto a las puertas de su
casa. Circulan por la ciudad bastantes rumores acerca de la homosexualidad del
muchacho, que podría estar relacionada con su asesinato a puñaladas. Su padre,
el empresario don Reinaldo Férez, es un hombre de enorme poder en la ciudad; y
esto obliga a Víctor Ros a emplearse con especial intensidad y con especial
tacto a la hora de conducir las investigaciones. Pero el asunto, lejos de
resultar sencillo, se enmaraña a cada hora que pasa: primero se descubre una
nota que parece incriminar claramente a un personaje (un afinador de pianos al
que se considera vinculado con el joven Ramón Férez, la víctima); luego
desaparece la institutriz de la casa; más tarde se ahorca una sirvienta (en
cuya mano aparece un anillo de Ramón)... Las pruebas que Víctor Ros va
reuniendo lo llevan tan pronto en una dirección como en otra; y finalmente se
contradicen. ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué endiablada mente criminal ha urdido
este complicado asesinato? Contando con su elevada experiencia como detective,
pero también con ayudas exteriores (su esposa, su hijo adoptivo Eduardo, un
perro, su amigo Casamajó), Víctor Ros irá poco a poco acercándose hasta la
sorprendente verdad que lo espera, acechante y letal como un puma, en las
últimas páginas de la novela.
Con una prosa rápida pero elegante, y con una
documentación espacial y temporal más que convincente, el escritor murciano nos
entrega en esta novela, además, algunos guiños literarios de hermosa factura.
Sirvan como muestra ese instante en que Víctor Ros está de visita en el casino
ovetense y ve a Casamajó charlando con un hombre. Al preguntarle por su
identidad, su gran amigo le explica: «Fue regente de la Audiencia [...], se
llama Víctor Quintanar» (p.178); o esa otra secuencia en que una mujer
singularmente hermosa y pálida ayuda al detective y se despide de él diciendo:
«Soy Ana Ozores, para servirle» (p.304). A los enamorados de la prosa de Clarín
no será preciso darles más detalles. Las menciones de Wilkie Collins, Clara
Tahoces o Benito Pérez Galdós son otros tantos homenajes que Jerónimo Tristante
tributa.
Y que no cunda el pánico entre sus admiradores:
gracias a la creación del personaje de Eduardo (rescatado de los bajos fondos,
educado de forma muy completa y finalmente utilizado como acompañante por
Víctor Ros, que lo ha adoptado legalmente), la saga Ros está más que garantizada.
Seguro que al fértil novelista murciano no le faltan historias en los próximos
años para irnos dando sorpresa tras sorpresa.
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