Aunque este libro advierte en su primera página de
que su lectura está desaconsejada para sesenta y tres colectivos (de los cuales
yo pertenezco a seis), no me he dejado arredrar por el aviso y me he sumergido
en ella con el buen sabor de boca que Paco López Mengual me dejó hace poco con El último barco a América (Temas de Hoy,
2011). Y desde luego no me ha defraudado. En absoluto.
Al zumbón Fernando Vizcaíno Casas le gustaba
precisar en sus prólogos que la historia que venía después estaba siempre
animada por el animus jocandi; esto
es, por la voluntad de distraer y hacer sonreír a la persona que recorriera sus
páginas. Al nostálgico Fernando Vizcaíno Casas le atraía poderosamente sacar al
dictador Francisco Franco en sus libros. Son las dos únicas conexiones que se
me ocurren, a bote pronto, entre el abogado y escritor valenciano y el mercero
y escritor murciano Paco López Mengual, autor del desternillante volumen Maldito chino. A partir de ahí, el
molinense se acerca mucho más, en mi opinión, a Eduardo Mendoza que al
excolumnista de El Alcázar.
Imaginen si pueden este cónclave de historias: de
un lado, un grupito de franquistas irredentos y aspaventosos, galvanizados por
un proyecto donde fetichismo y subversión se aúnan, deciden visitar el Valle de
los Caídos; de otro, un solterón adicto a las masturbaciones terapéuticas, que
anota en su libreta de tapas amarillas todos aquellos aspectos del país que
necesitan, a su juicio, urgente remedio; de otro, un restaurante oriental donde
se producen más que sospechosas entradas y salidas; de otro, un loco que ha
conseguido fugarse de la cárcel y que, desde el abandono del que fue objeto por
parte de su esposa, ha caído en sucesivas enajenaciones, como verter ácido en
la pila del agua bendita de una iglesia o considerar que ha sido visitado en
prisión por dos extraterrestres. ¿Lo tienen todo bien apuntado en la cabeza?
¿Han conseguido separar estas tramas parciales? ¿Sí? Bien, pues ahora
mézclenlas, conecten a sus personajes y añadan más especias: un gobernante al
que apodan El Cojo desde que se hirió cazando (y que, aparte de viajar de
incógnito en moto, frecuenta todos los jueves a una querida, bien arropado por
su escolta); un ecuatoriano llamado Kevin, que es capaz de levitar simplemente
concentrándose; una viuda fascista que se aplica con ahínco al meticuloso arte
de la felación; un acordeón lleno de avispas de la isla de Papúa; una ciudad
subterránea, llena de habitantes misteriosos; grupos de jóvenes que optan por
pegar fuego a cuadros y esculturas de arte contemporáneo; una furgoneta con el
rótulo Mercería Las Marujas; un
importador de naranjas que se ha visto envuelto sin culpa en la muerte de una
mujer; dos Testigos de Jehová de raza negra que no paran de aparecer por las
páginas de la novela... Y para completar el menú (aunque me dejo fuera
innumerables anécdotas y ramas adventicias, que el lector descubrirá por sí
mismo) nos sirve al escritor Arturo Pérez-Reverte atado a una silla y llevado a
dependencias policiales.
El resultado es una novela desopilante, que no da
tregua en ningún momento, escrita con envidiable soltura y que viene a
confirmar el buen hacer literario de Paco López Mengual, bien ostensible desde
su primera entrega, allá por 2005.
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