Para quienes abominan de la modernidad
internética o descreen de la valía intelectual de las redes sociales declararé
que yo conocí a Pedro Pujante gracias a Facebook. El azar, ese gran maestro de
ceremonias, nos vinculó; y la curiosidad me impulsó a hacerme con su libro Hijos
de un dios extraño (Chiado Editorial), sobre el que hoy quería recopilar
algunas notas de lectura, porque entiendo que el tomo las merece. ¿Qué es lo
que encuentra el lector en sus ciento cincuenta páginas? Pues diez historias
breves y una algo más extensa (casi una novela corta) donde cohabitan los
argumentos sólidos, el primor literario y las sorpresas finales, en un cóctel
tan seductor como eficaz.
Serviré unas pinceladas como aperitivo:
en “Una mujer en el umbral” nos explica cómo los juegos eróticos sirven al
protagonista para eludir el tedio conyugal y cómo la fantasía desbarata el
color gris de la costumbre; en “Extraños en la niebla” comprobaremos la forma
en que un hombre y una mujer, solitarios y heridos, conviven durante un año
hasta que el lector entiende los motivos últimos de su unión; en “Imágenes de
ayer” nos sorprenden las sucesivas sorpresas que el argumento nos va deparando,
deliciosamente manipuladas por el narrador; en “La voz desnuda” nos propone una
historia que me ha resultado imposible no relacionar con un célebre cuento de
Julio Cortázar sobre amores relacionados con el mundo de la radio; en “Retrato
de Morella con fondo azul” se aproxima al terror psicológico, a los universos
inquietantes, a la magia terrible de lo cotidiano… Si se me preguntara por mis
relatos favoritos, sin duda que traería a primer plano los que llevan por
título “Flores para Ofelia” (historia languideciente de un anciano que, viudo y
con dos hijos fallecidos, encuentra en una representación de William
Shakespeare un sentido y una esperanza para su vida) y “Tal vez Ítaca”
(propuesta desacralizadora y brillante sobre las peripecias de Odiseo).
Y prepárense a disfrutar también los
buscadores de perlas literarias, porque este volumen de Pedro Pujante les
suministrará hermosas metáforas sobre nuestra existencia («El tablero
de la vida no es de madera, es de fracaso», p.10), sobre la psicología humana
(«Todos tenemos miedo de averiguar qué hay dentro de nosotros», p.27), sobre el
sentido de la pareja (cuando quiere definir a dos personas que viven el desamor
nos explica que «éramos dos columnas distantes y mudas que sostenían un mismo
templo erigido en honor al dios del vacío», p.86), sobre la extinción humana
(«La vida no nos pertenece. Somos frágiles. La vida es el tiempo que tardamos
en saber que ya estamos muertos», p.45) o la difícil consecución de la dicha
(«La felicidad no es la suma de momentos felices que se han vivido. Es la suma
de instantes tristes que se logran olvidar», p.65).
En
suma, un autor que me ha gustado por la elegancia de sus frases (cortas,
rítmicas, eficaces, bien moduladas), que me ha convencido por la solidez de sus
relatos (donde ningún detalle escapa a la necesaria ingeniería del conjunto) y
que ha sabido construir un volumen equilibrado, donde no hay altibajos
estilísticos ni argumentales. Quédense con su nombre porque creo que les va a
ir sonando cada vez más. Esta obra no nos permite intuir a un gran escritor:
nos permite verlo ya en activo.
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