Continúo con la exploración de las
cartas de Julio Cortázar que la editorial Alfaguara ha publicado en cinco
abultados volúmenes. El segundo tomo (el que hoy me ocupará) abarca el período
comprendido entre 1955 y 1964; es decir, los años en los que se produjo la
consagración internacional del escritor argentino, sobre todo desde la
publicación de la monumental Rayuela (1963). Abundan, de hecho, las
notas prolijas sobre esta novela en la parte final del libro: correcciones que
es preciso realizar, detalles tipográficos que conviene que sean respetados,
polémicas que suscita, etc. Pero también hay otras cuestiones literarias que
llaman nuestra atención de forma poderosa. Por ejemplo, el esfuerzo que tuvo
que hacer el escritor argentino para entender las complicadas páginas
(amadísimas) de José Lezama Lima: «He tenido que rendirme tristemente a mi
incapacidad para yuxtaponerme al punto de vista de usted; excéntrico a ese
punto, todo el sistema se me escapaba» (p.134); o los elogios que dedica a La
región más transparente, de Carlos Fuentes, a la que sólo incorpora un
matiz de discrepancia formal: «Tal vez hubiera ganado con un planteo más
caritativo para el lector» (p.167); o el gesto desdeñoso que dedica a Sobre
héroes y tumbas, de su compatriota Ernesto Sábato («Una especie de folletín»,
p.276).
Igualmente, Julio Cortázar reconoce
haber quemado más de quinientos poemas, escritos durante su juventud, porque
una vez leídos en la edad adulta no le parecía que estuviesen adornados con una
mínima calidad (p.93). Y que cuando se plantea escribir un cuento lo hace
siempre desde la diversión («Nunca he conocido otra razón para escribir. La
famosa misión del escritor se la dejo a los de la Sade, que bastante
joroban con ella», p.108). Eso no le impide tomar conciencia de que, una vez
acabadas, sus obras son productos comerciales, y que han de incorporarse
a las reglas del juego. Así, tras pedir cinco mil dólares por la cesión de
derechos de una novela para el cine, y anticipándose a la previsible
indignación del pagador, escribe: «Yo a mi vez encuentro abultadísimas las
sumas que cobran las vedettes por unas pocas semanas de trabajo; a mí Los
premios me llevó mucho más tiempo» (p.615).
No menor importancia tienen, a mi
juicio, las referencias políticas que se van cruzando en la obra, las cuales
nos permiten perfilar la posición de Cortázar. Reacio al sistema capitalista
(que le provoca perplejidad y desdén), no fue tampoco un comunista extremo en
estos años. En enero de 1963, después de visitar Cuba, expresa su apoyo a la
revolución castrista, que será buena siempre que consiga «eliminar a los duros
y apoyarse en el sector moderado del comunismo» (p.355). Porque, a su entender,
lo más peligroso para los cubanos son «las presiones estalinianas» (p.473).
Y si buscamos humor, también lo
hallaremos a raudales en estas misivas. Tras una visita a Suiza, Cortázar
anota: «La comida es tan perfecta que no tiene gusto a nada; los suizos se han
dado cuenta y, llenos de inquietud, le echan tales dosis de pimienta que luego
uno las pasa mal. El sabor general de las cosas es algo así como el del papel
higiénico mojado y envuelto en talco» (p.44).
Páginas, pues, para el disfrute, el
aprendizaje y el mejor conocimiento de uno de los escritores más brillantes del
siglo XX.
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