En algún lugar lo he contado ya por escrito: mi
primer conocimiento de la obra de Miguel Espinosa (1926-1982) no pudo ser más
desafortunado. Yo había enviado un cuento a la revista murciana Postdata y la
persona que lo leyó (el siempre generoso Soren Peñalver) me dijo que iba a ser
publicado a doble página en el siguiente ejemplar de la misma. Con el alborozo
del joven escritor casi inédito que empieza a ver cumplidos algunos sueños
literarios, acudí al quiosco cuando ésta salió... y me encontré con la amarga sorpresa
de ver que estaba dedicada íntegramente al escritor caravaqueño. ¿Y este Miguel Espinosa quién es?, pensé
con tanta frustración como ignorancia. Luego, por descontado, la lectura de sus
páginas me anonadó; y acudí a los libros de Miguel; y los recorrí enteros; y le
acabé dedicando incluso un libro a tan singular estilista (Palabras en el tiempo). Comencé receloso y concluí espinosiano.
Ahora, la tenacidad de Fernando Fernández
(responsable del sello editorial Alfaqueque, radicado en Cieza) nos depara a
los lectores de Miguel una inesperada joya, tan largamente anunciada como
desesperantemente postergada durante años: Historia
del eremita, uno de los primeros borradores de la monumental Escuela de mandarines, quizá la novela
murciana más importante de todos los tiempos. ¿Y qué encontramos en esta
voluminosa primera tentativa? Pues ante todo hay que decir que al lector medio
(yo creo que es necesario y hasta obligatorio ser sincero) le planteará más de
un problema la densidad intelectual y conceptual de sus primeras páginas, que
se mantienen en un alto nivel de exigencia. Pero que si hace el esfuerzo de situarse en el mundo que Miguel dibuja
para nosotros encontrará un placer infinito en sus análisis, en sus
descripciones, en sus reflexiones sobre el poder, el ser humano, el tiempo y la
condición de nuestra sociedad. Y sin apenas ser consciente se habrá sumergido
en el océano simbólico que es en realidad este volumen, donde la política, la
filosofía, la psicología y la novela caminan inextricablemente enlazadas con
resultados maravillosos. Espinosa fue un observador implacable y lúcido de su
época y codificó sus conclusiones en esa vasta metáfora que es la Feliz
Gobernación, cuyos primeros andamios están aquí esbozados.
Leída con un lápiz en la mano (consejo que les
sugiero que sigan), la obra nos entrega, además de escenas memorables donde el
humor y la gravedad se aúnan para trazarnos la caricatura de un sistema social
tan burdo como enervante, algunos aforismos deliciosos sobre los sentimientos
humanos («Un corazón solitario es, también, un corazón absurdo», p.83), sobre
la serenidad analítica que deben observar las personas juiciosas («Podrá
hundirse el mundo con todo el estropicio que se quiera, y quedará impávido el
corazón del sabio», pp.235-236) o sobre el desagrado que producen en el cerebro
de los inteligentes los rebuznos extemporáneos de los necios («No hay cosa más
dolorosa para un sabio que oír a un cernícalo opinar», p.318).
Quienes busquen un libro distraído, llevadero,
insustancial y cuajado de concesiones, busquen en otro tomo, porque en Historia del eremita no lo habrán de
encontrar. Quienes, por el contrario, hayan tomado la decisión de sumergirse en
un volumen que les haga pensar y que los obligue al esfuerzo de mejorar su
vocabulario y su capacidad de análisis, han elegido sabiamente. Ésta es su
obra.
1 comentario:
¿Es aconsejable leer antes Escuela de Mandarines, o el orden de los factores no altera el producto?
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