Convenientemente traducida por Antonia Menini, aún
puede encontrarse en algunas librerías (y desde luego en muchísimas
bibliotecas) la novela El último Don,
de Mario Puzo, el más reconocido escritor de Manhattan. Y llama mucho la atención
el esfuerzo que hace durante las primeras doscientas páginas para que el lector
se sitúe con nitidez ante el universo mafioso, bien conocido por anteriores
entregas del propio Puzo y por el cine de Hollywood: su carácter, sus
vendettas, su frío cómputo de ganancias, su omertà
(obligación de resolver todos los problemas internos con el auxilio de la
familia, sin acudir jamás a la policía), etc. Pero júzguese bien, porque todo
esto que apunto es un mérito. En realidad, bien poco sabemos los ciudadanos
normales sobre los manejos o los procedimientos de la Mafia, sobre sus modos de
hablar o de reunirse: todo es una fabulación que proviene de los folios de
Mario Puzo y del rostro impenetrable de Marlon Brando. Y en esa línea prosigue
y ahonda esta novela.
La gran diferencia con la primera entrega de la
serie es que ahora Mario Puzo aprovecha al máximo sus conocimientos sobre el
complicado y envilecido mundo del cine (no en vano el autor es guionista de
Hollywood y ha ganado dos Oscars con su trabajo), y lo enfrenta y mezcla con el
de la Mafia. Así, nos encontramos en una de las partes al Padrino, don Doménico Clericuzio, rector de un universo frío,
perfectamente organizado y cuajado de normas inquebrantables, y obsesionado con
la idea de que sus hijos y nietos ingresen en la normalidad social, se legalicen en negocios multimillonarios y
accedan a la honorabilidad, tras
muchas décadas de permanecer en el lado oscuro. Y en la otra parte encontramos
a los Estudios LoddStone, envueltos en una carísima superproducción llamada Messalina, dispuestos a culminarla a
toda costa, aunque para ello tengan que enfangarse en mil vilezas. El filósofo
alemán Friedrich Nietzsche decía, en su obra Más allá del bien y del mal, que no se ha visto bien la vida cuando
no se ha visto la mano que mata de forma cortés. Pues algo así sucede en estos
dos ámbitos (la Mafia y el cine): nadie respeta a nadie, y todo se basa en un
delicado y cruel juego de equilibrios. Lo peculiar es que Mario Puzo reconoce
mayor honradez, en este sentido, a la Mafia que a la propia industria
hollywoodense: entre los mafiosos, dar tu palabra es comprometerte a cumplir,
mientras que los personajes inmersos en el mundo del cine viven en un caos de farándula,
hipocresía y mentira.
Aparte de esta feroz crítica al mundo del celuloide
(Puzo dice que el cine es “un arte que no exige talento” en la página 351), hay
en esta novela una convincente capacidad para dibujar situaciones y personajes,
destacando entre ellos los de Athena Aquitane (bellísima estrella cinematográfica
que escapa a la vulgaridad y la falsía de su mundo) y Cross de Lena (pariente
del Don, que lleva a efecto finalmente su propósito de hacer que una parte de
la familia ingrese en la honorabilidad). Y, aparte de todo esto, buenos
instantes de humor (como cuando Mario Puzo enumera en la página 146 “los
deportes femeninos: golf, tenis, baloncesto y natación”), impecables escenas de
sexo y violencia, reflexiones seudofilosóficas gobernadas por la majestad del
poder y de la astucia (“Es peligroso ser razonable con las personas estúpidas”),
etc.
En suma, todos los ingredientes necesarios para
disfrutar con una novela que brilla por su amenidad, su interés y, sobre todo,
por una inmensa sorpresa final, impactante, que me guardaré mucho de referir,
por el bien de los lectores.
2 comentarios:
Deportes...de todos los colores.
Lo del baloncesto me ha dolido, tengo que reconocerlo
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