Desde que un amigo me regalara este
libro, hace ya más tiempo del que puedo recordar, andaba intentando obtener un
hueco para leérmelo. Y he aquí que la oportunidad se ha presentado y he
conseguido aprovecharla, gracias a una mención azarosa de mi amiga Leticia Varó
relacionada con la protagonista del relato que va título al volumen. Con ese
detonante, extraje el libro del lugar donde lo tenía dormido en la biblioteca y
me dispuse a devorarlo, en la vieja traducción de María Luisa Bombal para la
editorial Losada (1962). Rompo pues la costumbre de reseñar un libro de
actualidad y abordo esta obra, que tiene décadas.
De Jules Supervielle conocía algunos
detalles biográficos, pero no había leído ninguna de sus obras. Así que las
páginas de La desconocida del Sena han
constituido mi primera aproximación a este narrador. Me han gustado mucho los
pequeños universos que crea en estos nueve relatos, situados muchas veces entre
la fantasía y la realidad, entre este mundo y el otro (vivos y muertos
cruzándose y relacionándose), entre la grandeza y la miseria. Y me ha gustado
que lo haga con una prosa lírica pero sin estridencias, con elegancia formal
pero sin manierismo, con vuelo pero sin empalago: difícil equilibrio que no
consiguen sino los mejores. Jules Supervielle me ha parecido uno de ellos. De
ese tipo de escritores a los que uno termina por volver. Al menos yo.
“La desconocida del Sena” me ha
seducido por el pudor con el que la anónima ahogada se niega a abandonar sus
ropas al llegar al submundo acuático y por la crueldad con la que siempre se
trata a quien es distinto (detalle curioso: una de las habitantes submarinas,
para molestar a la protagonista, comenzó a tutearla, y el autor nos dice que «era
eso, en el fondo del mar, el peor de los insultos», p.27). En el relato “El
buey y el asno del pesebre” (ahora desacreditado por don Benedicto XVI)
descubrimos la triste historia del buey acomplejado, que siente una enorme
languidez porque piensa que su fealdad, su torpeza y su evidente insignificancia
lo hacen indigno de estar junto a Jesús (por cierto, simpático el detalle
fetichista: los reyes Melchor y Gaspar se llevan paja del pesebre, como
reliquia). En “La huida a Egipto” hay una interesante reflexión sobre la
humildad del ser humano: «Por más que uno no quiera ponerse en primer plano,
llega sin embargo un momento en que quisiera que los otros supiesen que uno
existe, que se le vea y se le oiga» (p.76). Y “La niña de alta mar”, por no ir
desgranando una a una las nueve historias que se reúnen en este libro, es el
impresionante, bellísimo, dulce cuento sobre una niña que vive sola en una
población flotante en medio del océano, sin que nadie la pueda ver o auxiliar.
Para descubrir por qué está allí y gracias a quién... habrá que leerse este
cuento, uno de los más emotivos que he leído en años.
Aunque los libros del uruguayo-francés
Jules Supervielle no estén casi disponibles en las bibliotecas de la región de
Murcia, y apenas se editen en España, buscaré cosas suyas de la forma que sea,
para seguir perfeccionando mi conocimiento de este autor. La desconocida del Sena me indica que vale la pena.
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