Estamos en la cocina de la casa del
conde y en ella, entre fogones, sartenes, mesas bastas y algún especiero, va a
desarrollarse una acción de lo más peculiar e inesperada: Julie, la hija y
heredera, asiste a un baile en el que confraterniza con la servidumbre y
muestra con ellos una liberalidad tan extrema, tan impropia, tan incómoda, que
produce una inquietud generalizada. En un sistema jerárquico y clasista, las
concesiones no son nunca juzgadas con agradecimiento sino con suspicacia...
salvo en el caso de Jean, un criado ambicioso y de espíritu soberbio que ve en
esta situación equívoca la gran oportunidad de obtener los favores sexuales de
la señorita Julie, icono erótico y estamental que le perturba desde la
infancia. Con el auxilio de la cerveza, del baile y, sobre todo, de la oratoria
(que ha desarrollado escuchando a sus superiores), el astuto Jean envolverá a
la imprudente joven en una tela gelatinosa hacia la que se abalanza.
Kristin, la cocinera, que es medio
novia de Jean, explica los devaneos de la señorita utilizando una clave
fisiológica («Tiene el periodo y entonces se porta siempre de una manera rara»,
p.47); pero August Strindberg prefiere entregar a los lectores una
interpretación más centrada en el ámbito psicológico. Así, comprobamos que el
nivel simbólico de sus ensoñaciones delata con claridad a los protagonistas: la
señorita Julie ha imaginado más de una vez que se encuentra en lo alto de una
columna (como Simón el Estilita o el clérigo Fermín de Pas) y siente deseos de
arrojarse, hacia el suelo o el subsuelo; Jean se figura tumbado a la sombra de
un árbol y anhela trepar hasta un nido altísimo «donde está el huevo de oro»
(p.54). Es imposible retratar con más exactitud los temperamentos de una y
otro. Pero no pensemos que las burbujas
psicológicas acaban en esa secuencia: las descubrimos también en el
escalofrío que recorre la piel y el corazón de Jean cada vez que se acuerda de
las botas relucientes y señoriales del conde (p.68) o en la vertiginosa escena
sádica en la que el criado corta con un hacha el cuello del jilguero de Julie
(p.93): hacer daño, humillar y verter sangre (virginidad) son símbolos caros al
psicoanálisis. Con sus provocaciones sexuales hacia abajo, la señorita Julie habilita inonscientemente las altanerías
hacia arriba de Jean. Y cuando quiere
ponerles un freno ya imposible, restableciendo el mármol del status («Los
criados serán siempre criados»), escucha la réplica desafiante, brutal, crecida
del muchacho («Y las putas, putas»).
En ese punto de inflexión de la obra
(cuando las tornas se cambian y es Jean quien se hace con las riendas) comienza
el análisis sin duda más interesante del drama: un criado que vislumbra en este
desliz de su señora la ocasión única del medro... y una chica a la que el bochorno
invade y que se imagina abofeteada por el qué
dirán social. August Strindberg (Estocolmo, 1849), hombre de importantes
desequilibrios psíquicos cuya biografía, escrita por Jorge Guinart, aparecerá
también en el sello Funambulista, introduce aquí el bisturí con tanta precisión
como falta de misericordia, diseccionando a sus personajes hasta el más pequeño
recoveco, para inquietud y zozobra de los lectores, que se quedarán mudos de
asombro cuando asistan al espeluznante giro final de la pieza.
Introducida con un maravilloso texto
sobre teoría teatral elaborado por el propio Strindberg (donde se analiza el
papel educativo de la escena, se reflexiona sobre la temática del drama, se
ofrecen explicaciones topográficas sobre la función del decorado o se discute
la conveniencia de reducir el espacio físico dedicado a los espectadores),
traducida por Jesús Pardo y con un epílogo brillante del ya mencionado
estudioso Jorge Guinart (Strindberg y el
canibalismo psíquico), esta obra nos presenta a uno de los personajes más
complejos y enigmáticos del autor sueco, aunque también a uno de los más
ligados a su propia alma (Francisco Uriz anotó en su edición de la pieza, en
1982, que «probablemente a nadie le habría extrañado que Strindberg hubiera
dicho: La señorita Julia soy yo»).
Léase pues este drama, breve pero intenso, con la certidumbre de que nos encontramos
ante una de las obras teatrales más importantes del siglo XIX.
1 comentario:
...se porta de una manera rara...". No digo nada.
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