En las cuestiones literarias soy
claramente romano. Es decir, que no sólo parto a priori del politeísmo sino que
conforme voy conquistando otros pueblos incorporo a sus dioses máximos a mi
panteón. De tal suerte que, aproximándome al medio siglo, tendría muy claros
los seis nombres que colocaría en las caras de un hipotético dado lector: Julio Cortázar, Jorge Luis
Borges, Paco Umbral, Antonio Muñoz Molina, Fernando Pessoa y William
Shakespeare. Moriré feliz pensando que la vida me deparó, entre muchísimas
otras que leí con gozo y con gratitud, esas seis presencias brillantes,
luminosas, disímiles y magnéticas.
Cronológicamente, mi primer
deslumbramiento fue Julio Cortázar, así que la excelente edición de sus cartas
que acaba de lanzar el sello Alfaguara en cinco deslumbrantes volúmenes me ha
regalado la alegría de volver a él en unas páginas nuevas. Los encargados de la
edición son Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga. Y la obra, lejos de la
condición meramente chismosa o anecdótica de este tipo de recopilaciones post
mórtem, aporta muchísimos detalles sobre la personalidad, la vida, los gustos y
la obra del argentino. Se trata —fácil resulta constatarlo— de misivas largas,
enjundiosas, para nada circunstanciales, donde Cortázar se explaya en infinitos
detalles sobre sus lecturas, sus paseos, sus tribulaciones económicas y
académicas o su asistencia a conciertos y museos. De ahí que, en ocasiones,
resulte abrumadora la cantidad de pintura, música o arte en general que el
narrador hispanoamericano muestra haber devorado y asimilado durante sus
estancias en Francia e Italia. Pero no conviene perder de vista que hablamos de
centenares de referencias introducidas en su correspondencia privada, lo cual anula toda tentación de
adjudicarles intenciones eruditas o falsarias. Fue un proceso gozoso y
constante de empapado (viajes,
pinacotecas, iglesias) que nutrió su alma.
Eso no quita para que aparezcan también
(¿cómo podría ser de otra forma?) un buen cúmulo de informaciones menores,
aunque siempre graciosamente formuladas, que afectan a su salud («Este traidor
hígado que me ha dado la naturaleza», pág.123); sus gustos relacionados con los
líquidos (adora el mate, pero la coca-cola se le antoja una «bebida infecta»,
pág.272); sus habilidades domésticas, reflejadas con gran carga irónica («Ya me
plancho las camisas como un rey; la gente se para en la calle para
felicitarme», pág.358) o sus gustos literarios (hablando de Octavio Paz en 1954
lo define como «un muchacho simplemente extraordinario, y todo un poeta», lo
cual no deja de tener su gracia porque ambos, mexicano y argentino, nacieron en
1914: eran ya dos muchachos de
cuarenta años).
A mi juicio, la carta más densa e
interesante de este amplio primer volumen (592 páginas) es la que dirige a Juan
José Arreola. En ella le elogia con minucia sus cuentos y expone algunas de sus
ideas acerca del género breve. Dice, por ejemplo, que sería muy atinado crear
«una escuela para educación de lectores de cuentos» y enseñarles cómo deben
enfrentarse a los mismos; que muchos de los autores que conciben este tipo de
historias cortas lo hacen sin prestar casi atención a las peculiaridades que
deben adornarlas y a la ingeniería que debe presidir su redacción («El cuento
está desprestigiado por los cuentos»); lanza su crítica contra quienes se
obstinan en «creer que un cuento, que es el diamante puro, puede confundirse
con la larga operación de encontrar diamantes, que eso es la novela»; y añade,
para concluir: «No me gustan las fórmulas pero me parece que aquí tengo razón:
un cuento es siempre el vellocino de oro, y la novela es la historia de la
búsqueda del vellocino».
En la página 150, escribiéndole a su
amigo Luis Gagliardi, aseguraba Julio Cortázar que él entendía el género
epistolar como «un rito, una consagración tan atenta como la labor
esencialmente creadora; sin la tensión, es cierto, que supone el poema; sin su
desgarramiento, sus impaciencias, sus placeres indescriptibles ante el hallazgo
o la esperanza del logro poético. Pero siempre una ceremonia un poco —¿cómo
decirlo? —, un poco sagrada». Con esa clave han de ser entendidas estas páginas.
Les puedo asegurar que no me voy a reprimir los deseos de ir dando cuenta de
los demás volúmenes de la colección: he descubierto aquí mil ángulos ignorados
de mi ídolo.
1 comentario:
Disfrútalas, porque eso de publicar cartas se acaba en medio siglo más o menos, ya que el correo electrónico ha terminado con ellas. Como no publiquen las cartas del Club del Coleccionista o las de los bancos, otra cosa no va a haber. Por gusto, yo propongo que iniciemos unos cuantos una serie de cartas literarias, con su sello y todo, para que no se pierda el género. De tu lista, yo quitaría algunos y añadiría otros, pero es que en gusto está todo escrito. Un abrazo y enhorabuena.
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