martes, 25 de diciembre de 2012

Blanco sobre negro



Leo en la página 11 de este libro: “No quiero describir el hedor de la decadencia humana nilo abyecto de su animalidad. Es decir: no es mi intención multiplicar el ya infinito rosario de cargas encadenadas de maldad. No quiero”. Quien con tan gráficas palabras se expresa es Rubén Gallego, un joven paralítico cerebral (nieto de Ignacio Gallego, dirigente del Partido Comunista de España en el exilio), que conoció la inmundicia de los orfanatos soviéticos y que padeció en manos de sus niñeras mil y una tribulaciones y penalidades, que lo llevaron a desear morir. De ese horror que duró años nos refiere anécdotas escalofriantes (como la que sirve de apertura al libro, donde nos cuenta que en cierta ocasión tuvo que salir arrastrándose de su dormitorio para ir al aseo, y que nadie lo atendió, a pesar de que estaba desnudo y que afuera nevaba), pero también ejemplos de solidaridad y hermandad profunda en las adversidades (como los que conoció con su amigo Sasha).
Flotan en este libro (y saltan hacia los ojos del lector) pequeñas historias colosales, de supervivencia, dolor y desencanto (el viejo espía ya inservible que se corta el gaznate; la rata que se pasea, oronda y repulsiva, por un gélido asilo de ancianos); tristes anécdotas pobladas de amargura, barreras visibles e invisibles, y melancólicas renuncias que laceran el alma. Pero que nadie se llame a engaño, suponiendo que leerá un volumen sensiblero, cuyo mérito esencial es el fomento de las lágrimas, por acumulación de sevicias. Nada hay de esto en las páginas que conforman el volumen. O no lo hay, al menos, en primera instancia. El autor sabe manejar con notable soltura los tiempos narrativos y juega hábilmente con el argumento y con la sintaxis de sus historias, conformando un espléndido libro que trasciende con amplitud su anécdota biográfica (aunque parezca difícil o milagroso) e instalándolo rn el terreno de las obras literarias dignas. Sirvan como ejemplo capítulos tan magistralmente contados como “El héroe”, o episodios de tanta intensidad emocional como el de la croqueta (páginas 70-74), en el que Rubén nos cuenta cómo durante una época se negó a comer, porque su peso (apenas 17 kilos, ya con 11 años) resultaba muy oneroso para las niñeras. Una obra para descubrir cómo algunas personas sobreviven al infortunio con dosis increíbles de coraje.

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