Leo en la página 11 de este libro: “No quiero
describir el hedor de la decadencia humana nilo abyecto de su animalidad. Es
decir: no es mi intención multiplicar el ya infinito rosario de cargas
encadenadas de maldad. No quiero”. Quien con tan gráficas palabras se expresa
es Rubén Gallego, un joven paralítico cerebral (nieto de Ignacio Gallego,
dirigente del Partido Comunista de España en el exilio), que conoció la
inmundicia de los orfanatos soviéticos y que padeció en manos de sus niñeras
mil y una tribulaciones y penalidades, que lo llevaron a desear morir. De ese
horror que duró años nos refiere anécdotas escalofriantes (como la que sirve de
apertura al libro, donde nos cuenta que en cierta ocasión tuvo que salir
arrastrándose de su dormitorio para ir al aseo, y que nadie lo atendió, a pesar
de que estaba desnudo y que afuera nevaba), pero también ejemplos de
solidaridad y hermandad profunda en las adversidades (como los que conoció con
su amigo Sasha).
Flotan en este libro (y saltan hacia los ojos del
lector) pequeñas historias colosales, de supervivencia, dolor y desencanto (el
viejo espía ya inservible que se corta el gaznate; la rata que se pasea, oronda
y repulsiva, por un gélido asilo de ancianos); tristes anécdotas pobladas de
amargura, barreras visibles e invisibles, y melancólicas renuncias que laceran
el alma. Pero que nadie se llame a engaño, suponiendo que leerá un volumen
sensiblero, cuyo mérito esencial es el fomento de las lágrimas, por acumulación
de sevicias. Nada hay de esto en las páginas que conforman el volumen. O no lo
hay, al menos, en primera instancia. El autor sabe manejar con notable soltura
los tiempos narrativos y juega hábilmente con el argumento y con la sintaxis de
sus historias, conformando un espléndido libro que trasciende con amplitud su
anécdota biográfica (aunque parezca difícil o milagroso) e instalándolo rn el
terreno de las obras literarias dignas. Sirvan como ejemplo capítulos tan
magistralmente contados como “El héroe”, o episodios de tanta intensidad
emocional como el de la croqueta (páginas 70-74), en el que Rubén nos cuenta cómo
durante una época se negó a comer, porque su peso (apenas 17 kilos, ya con 11
años) resultaba muy oneroso para las niñeras. Una obra para descubrir cómo
algunas personas sobreviven al infortunio con dosis increíbles de coraje.
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