"Hubo una vez un hombre que a los treinta y cinco años prometió no vivir más de cincuenta. Se llamaba Gabriel Ferrater". Con estas intrigantes palabras comienza el granadino Justo Navarro su obra F., que sería inadecuado tildar de novela, empobrecedor definir de biografía y erróneo catalogar como ensayo. F. va mucho más lejos: es una sesión terapéutica, una deliciosa (y desgarrada) reconstrucción espiritual, la radiografía de una angustia, un tratado sobre el alma, un anillo de Moebius.
Partiendo de aquella confesión durísima o melancólica o resignada que Gabriel Ferrater hizo a su amigo Jaime (hijo del poeta Pedro Salinas) en el año 1957, Justo Navarro teje con increíble pericia los mimbres de una vida atormentada, y nos mete en las grutas interiores de un personaje lúcido, polígloto, inteligente, irónico, infantil ladrón de bicicletas durante la guerra civil del 36, traductor de Dashiell Hammett, hijo de un empresario vinícola que se suicidó, director literario de Seix Barral, atormentado bebedor, resguardado siempre tras el telón de unas gafas oscuras, "temblorosamente esquelético", abandonado por Jill Jarrell, su esposa americana (necesitó tratamiento psicológico para poder superarlo), aquejado por vacilaciones tartamudas ("cargaba con un excedente descomunal de palabras que originaba atascos fónicos y mentales") y mil detalles más, que el autor va trenzando con hábiles juegos temporales e ingeniería prodigiosa, hasta lograr que cada capítulo tenga densidad y belleza de diamante.
Se dice en este libro que "la madurez consiste en dominar las complejidades de la corrupción y el soborno" (p.27); se dice también que la falsa modestia es "aborrecible enfermedad del escritor" (p.75); y se dice, por reducir a un número razonable las abundantes frases inteligentes que se incluyen en la obra, que "el amor es egoísmo dual, uno busca a alguien que lo tome por un príncipe y le conceda dones y actos magníficos que no le pertenecen" (p.99). Pero, sobre todo, se nos dice a una persona, a un intelectual enigmático y lleno de heridas, que influyó en gente como Jaime Gil de Biedma o Carlos Barral, y que se extinguió (supo cumplir su promesa) tras habernos legado sus poemas y el secreto íntimo de su vida.
Justo Navarro vuelve a demostrar, en estas páginas, la solvencia aquilatadísima de su prosa, una de las más inteligentes y eficaces de España.
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