sábado, 25 de agosto de 2012

El desfile de la victoria




En aquel exquisito diccionario de su alma que Ernesto Sabato publicó en 1945 con el título de Uno y el universo, escribía este argentino imborrable: “La gloria se equivoca casi siempre y rara vez se adquiere por motivos que podrían justificarla”. Hoy quería recordar tan atinada sentencia para aplicarla a uno de los más rotundos, talentosos y brillantes narradores de nuestro país: Antonio Gómez Rufo. Y recupero para ello mis notas de lectura acerca de El desfile de la victoria, espléndida muestra de su genio como fabulador.
Imaginen que estamos en el mes de mayo de 1953; imaginen que un hombre se baja del tren en la madrileña estación de Atocha; imaginen que la justificación de su viaje es sólo una: matar al general Franco; imaginen que su plan es perfecto, y que tanto el procedimiento de la ejecución como el meticuloso trazado de la huida están diseñados milimétricamente para que el pistolero vuelva a Francia sin problemas. ¿Lo tienen ya? De acuerdo. Ahora hagan el favor de desviar la vista hacia una destartalada pensión donde se hospeda la joven y hermosa prostituta Marcelina Bacigalupe (Violeta Imperio, en el oficio), que resulta ser hija de nuestro anarquista investido con los ropajes de verdugo. Y, si tienen la amabilidad, asómense ahora por una de las ventanas que desde la pensión dan a la calle: ¿no ven un extraño coche aparcado en la acera de enfrente, y cuyos ocupantes no salen para nada del vehículo ni apartan sus ojos de la hostería? Pues ahí tienen ustedes una de las líneas de arranque (no me pidan que les cuente más) de la novela.
Pero no piensen, de todas formas, que ésta es una obra policial o de superficiales trazos. Lo que les acabo de referir es sólo una hebra del fino estambre de esta narración, pues Gómez Rufo tiene la habilidad y el saber literario de no empobrecer su novela reduciéndola al esqueleto fabulístico. Antes bien, se preocupa por introducir en ella unos personajes densos, bien urdidos, creíbles, matizados: el indeciso opositor Evelio, asediado por los requerimientos matrimoniales de dos mujeres; la vieja tonadillera Dolores Carmona, que sueña con su inmediata reaparición; el capitán Castejón y sus inesperados redobles de conciencia; Ernesto Bacigalupe y su purísimo anhelo de una España más libre; la viuda doña Amelia, que sobrevive regentando una pensión de mediano pasar... Cada personaje tiene su historia, y todas nos las cuenta el autor. Pero no para rellenar la novela (artificio que Antonio Gómez Rufo no necesita), sino para que los sintamos como seres auténticos, vivos, reales. Y la verdad es que lo consigue siempre.
Si a todo lo expuesto se le une que esta novela contiene una de las mejores descripciones de una muerte que yo recuerdo haber leído jamás (la de don Jesús, huésped de la pensión de doña Amelia), y que se remata con uno de los finales más sobrecogedores de la novelística española, se deduce que este libro magnífico se une a ese particular desfile de la victoria que es la producción entera de Antonio Gómez Rufo. No duden en descubrirlo: me darán la razón.

1 comentario:

Mª José Cutillas Carbonell dijo...

Gracias Ruben, a través d tu sabiduría y auténtico y gran lector,x enseñarme.