En aquel exquisito diccionario de su alma que
Ernesto Sabato publicó en 1945 con el título de Uno y el universo, escribía este argentino imborrable: “La gloria
se equivoca casi siempre y rara vez se adquiere por motivos que podrían
justificarla”. Hoy quería recordar tan atinada sentencia para aplicarla a uno
de los más rotundos, talentosos y brillantes narradores de nuestro país:
Antonio Gómez Rufo. Y recupero para ello mis notas de lectura acerca de El desfile de la victoria, espléndida
muestra de su genio como fabulador.
Imaginen que estamos en el mes de mayo de 1953;
imaginen que un hombre se baja del tren en la madrileña estación de Atocha;
imaginen que la justificación de su viaje es sólo una: matar al general Franco;
imaginen que su plan es perfecto, y que tanto el procedimiento de la ejecución
como el meticuloso trazado de la huida están diseñados milimétricamente para
que el pistolero vuelva a Francia sin problemas. ¿Lo tienen ya? De acuerdo.
Ahora hagan el favor de desviar la vista hacia una destartalada pensión donde
se hospeda la joven y hermosa prostituta Marcelina Bacigalupe (Violeta Imperio, en el oficio), que
resulta ser hija de nuestro anarquista investido con los ropajes de verdugo. Y,
si tienen la amabilidad, asómense ahora por una de las ventanas que desde la
pensión dan a la calle: ¿no ven un extraño coche aparcado en la acera de
enfrente, y cuyos ocupantes no salen para nada del vehículo ni apartan sus ojos
de la hostería? Pues ahí tienen ustedes una de las líneas de arranque (no me
pidan que les cuente más) de la novela.
Pero no piensen, de todas formas, que ésta es una
obra policial o de superficiales trazos. Lo que les acabo de referir es sólo
una hebra del fino estambre de esta narración, pues Gómez Rufo tiene la
habilidad y el saber literario de no empobrecer su novela reduciéndola al
esqueleto fabulístico. Antes bien, se preocupa por introducir en ella unos
personajes densos, bien urdidos, creíbles, matizados: el indeciso opositor
Evelio, asediado por los requerimientos matrimoniales de dos mujeres; la vieja
tonadillera Dolores Carmona, que sueña con su inmediata reaparición; el capitán
Castejón y sus inesperados redobles de conciencia; Ernesto Bacigalupe y su purísimo
anhelo de una España más libre; la viuda doña Amelia, que sobrevive regentando
una pensión de mediano pasar... Cada personaje tiene su historia, y todas nos
las cuenta el autor. Pero no para rellenar la novela (artificio que Antonio Gómez
Rufo no necesita), sino para que los sintamos como seres auténticos, vivos,
reales. Y la verdad es que lo consigue siempre.
Si a todo lo expuesto se le une que esta novela
contiene una de las mejores descripciones de una muerte que yo recuerdo haber
leído jamás (la de don Jesús, huésped de la pensión de doña Amelia), y que se
remata con uno de los finales más sobrecogedores de la novelística española, se
deduce que este libro magnífico se une a ese particular desfile de la victoria
que es la producción entera de Antonio Gómez Rufo. No duden en descubrirlo: me
darán la razón.
1 comentario:
Gracias Ruben, a través d tu sabiduría y auténtico y gran lector,x enseñarme.
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