Decía Jean-Paul Sartre, en la primera página de La náusea, que el peligro de llevar un
diario consiste en que el autor se encuentra al acecho, observando con fijeza
su entorno y a las personas que lo rodean con el único fin de llevar todo ese
material a sus hojas. Pero hay otro peligro, no menos preocupante, que gravita
sobre todos aquellos que escriben un diario públicamente conocido: el de
suscitar la vocación histriónica o impostada de quienes rodean al cronista.
Andrés Trapiello no escapa tampoco a esa peste teatral y la constata en varias
secuencias de su novela en marcha: el
crítico que le telefonea para pedirle que ofrezca una buena imagen suya
(p.395); el amigo que vacila a la hora de hacerle una confesión íntima, por si
de ella pudiera quedar apuntación en el tomo (p.481); su propio hijo, que le
pregunta si va a hablar de sus notas escolares (p.423); o ese peculiar catedrático
de física que le escribe para que lo saque (como sea y por la causa que sea) en
el diario (p.289). Y no se pierdan ustedes la presentación frívola que Luis
Antonio de Villena escenifica en un pequeño restaurante parisino para epatar a
un amigo común... o para salir en el tomo (pp.203-208).
Pero no es esto lo más notable del volumen, desde
luego, sino (una vez más) el brillante estilo del que Trapiello se sirve para
incautarse de una porción de vida y que no se la lleve la trampa: finas
observaciones del mundo rural, extasiadas descripciones de ciudades italianas,
nevadas en Las Viñas, juicios literarios de valiosa disidencia, retratos de
primorosa miniatura e insomnios humanísimos. La vida (como diría Eloy Sánchez
Rosillo). La vida retratada por este viajero inmóvil que tiene los ojos de
tinta, por este fotógrafo ambulante
que ha hecho de la mirada un observatorio astronómico desde el que registrar la
temperatura del universo y comunicárnosla a los demás. En Las nubes por dentro, cuarto volumen de la serie, escribió
Trapiello que “un sueño aburre porque siempre termina de la misma manera: en la
realidad”. En cada tomo nuevo que publica de este Salón de pasos perdidos, el leonés nos demuestra que la realidad,
vista con los ojos de un gran escritor, es siempre un sueño anómalo, pues ni se
desvanece, ni aburre, ni defrauda.
1 comentario:
La cuestión es soñar, bien o mal, eso ya es más complicado de decidir.
Publicar un comentario