Qué
grato resulta, siempre, abrir y leer con calma un libro de Miguel Delibes. Es
uno de los placeres que me gusta frecuentar cada cierto tiempo y que quisiera
que se dilataran durante años y años. En esta ocasión me he acercado hasta las
páginas de La partida, un volumen de cuentos en el que pueden
encontrarse un buen número de personajes y situaciones dignos de admiración:
ese jovencito de Valladolid que, a los 18 años, se enrola en la tripulación del
Cantabria para viajar por el mar y conocer de cerca “lo que no tenía”; las
suspicacias y acrimonias que se desarrollan entre los pobres seres que se
esconden en un refugio durante una alarma aérea; el chico angustiado que llega
tarde a una cita y que, necesitando una peseta para subir al tranvía, se ve
inmerso en una situación ridícula; el desagradable cuidador de unos jardines;
el grisáceo empleado que, tímido y al borde del colapso, comprende que va a tener
que pronunciar unas palabras en el discurso de despedida de su trabajo en la
empresa; el fumador (sonrío pensando en que pudiera tratarse del propio Delibes)
que, tras quince días de abstinencia voluntaria, lía un cigarro y se ensimisma
en el placer de saborearlo…
Y,
sobre todo, los tres relatos finales, mis favoritos del volumen. El primero es “La
contradicción”, donde nos encontramos con el chico que ha sufrido un atropello
cuando se dirigía a ver a su hermana (que ejerce la prostitución) y que, de
forma dulce y cristianísima, es confortado por una monja; el segundo se titula “En
una noche así”, y está protagonizado por tres perdedores, tres seres
atribulados por la desgracia (la muerte de un hijo, el atropello de una esposa,
una quemadura deformante), que se reúnen en la soledad de una taberna, en plena
Nochebuena, para beber vino y recordar sus amarguras; el tercero, “La
conferencia”, es una obra maestra del humor amargo, y nos habla de una chica
atractiva que asiste a un acto cultural y sueña con el intelectualismo del
conferenciante, mientras este se emboba mirando sus caderas y pensando en lo
apetecible de su cuerpo.
Adoro los libros de Miguel Delibes. No me canso nunca de acudir a ellos. Y sé que, cuando termine de leerlos todos, procederé a releerlos: su majestad narrativa es inagotable.
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