Desdichadamente,
la actualidad nos ha habituado a recibir constantes noticias sobre casos de
corrupción en gobiernos, empresas, instituciones o partidos: la persona
poderosa que utiliza mecanismos fraudulentos para alcanzar la cúspide; el
diputado venal, que accede a recibir sobornos o prebendas para decantar su
voto; el responsable político (desde el concejal o el alcalde hasta el
ministro) que está dispuesto a ver con buenos ojos ciertas concesiones
millonarias a cambio de una suculenta comisión… Imagino que no resultará
necesario que enumere más indignidades de este tipo, porque ustedes las
conocen, por desgracia, igual que yo. Pero déjenme que los sorprenda, de la
mano de Muriel Spark: imaginen que esas abominables prácticas ocurren en un
entorno tan insospechado como una abadía femenina. Porque ese es el asunto
central sobre el que se teje la historia de esta novela. En Crewe (situada en
el condado inglés de Cheshire) se yergue una singular institución religiosa,
dominada por la altiva y ambiciosa Alexandra, que ha ido creando en su seno una
red inaudita de irregularidades: micrófonos que graban las conversaciones
privadas de sus religiosas, cámaras que registran los movimientos y acciones de
sus integrantes… Ese control omnímodo, que la gélida Alexandra ejerce con el
auxilio de sus fieles Walburga y Mildred, comenzará a resquebrajarse cuando la
rebelde Felicity, que optaba a ser también abadesa y que intuye que perdió las
elecciones de forma injusta, por las añagazas torticeras de Alexandra, se alce
contra esta y atraiga la atención de la prensa, de la televisión y de las
autoridades eclesiásticas. Es verdad que ella tampoco es precisamente un
ejemplo de virtud (ha estado manteniendo relaciones sexuales con un joven
jesuita), pero consigue que el escándalo alcance dimensiones inquietantes.
Con esta novela-metáfora, que traduce Lucrecia Moreno de Saénz para Editorial Sudamericana, Muriel Spark (Edimburgo, 1918) nos propone una situación que, bajo su apariencia inofensiva, encubre pólvora a raudales, porque desenmascara la mezquindad que corre, “como un río de serpientes” (aprovecho el sintagma de Julio Cortázar), bajo la piel de nuestra sociedad. Tan sugerente como ácida.