lunes, 21 de octubre de 2024

Centroeuropa

 


Vicente Luis Mora me ha demostrado, en las páginas de Centroeuropa, que es un maestro de la narración. Y no es nada fácil impresionarme a mí, con los miles de libros que llevo a cuestas, créanme. Amparándose en la “impericia” de un personaje llamado Redo Hauptshammer, “nacido en un burdel de Viena en algún momento de la agonía del siglo XVIII”, que se tilda a sí mismo de narrador inexperto, el escritor cordobés nos va dejando ante los ojos un delicado número de piezas para que, sin dejarnos distraer (aunque sí embriagar) por las continuas analepsis y prolepsis del texto, reconstruyamos el puzle maravilloso en el que Redo, Odra, Andrea, Hans, Johanna, la molinera Ingeborg, la albina Ilse, el barón Geoffmann, el alcalde Altmayer, el viajero prusiano Magnus Duisdorf o el culto lector Jakob Moltke actúan como figuras espléndidas de un ajedrez hermoso e impecable. Alrededor está la nieve de Szonden y, bajo tierra, silenciosos e inquietantes, los cadáveres de unos pobres soldados que, víctimas de guerras diversas, han quedado atrapados por la congelación. Todo ese mundo, ese cosmos lejano y brujo, se construye con una prosa excepcional, mayestática, que impone su música desde la primera página y te sostiene en su pentagrama hasta que llegas al final, porque Vicente Luis Mora, con habilidosos juegos de manos, muestra y oculta sus cartas narrativas; coloca el caramelo de la revelación rozando nuestros labios y luego lo esconde; parece que va a confesarnos la almendra del enigma y, con un guiño tan coqueto como encantador, nos la escamotea. Si no fuera tan seductor con esta prosa de ensueño darían ganas de matarlo (metafóricamente). Porque Redo Hauptshammer esconde, conviene olvidarlo, muchos secretos: ni se llama así, ni su esposa se llamaba Odra, ni es un hombre tan ignorante como se obstina en pregonar, ni… (me he detenido a tiempo, menos mal). Se ha pasado tres décadas disimulando, controlándose para que el alcohol no desate su lengua y los demás conozcan su enigma. Yo tampoco se lo voy a desvelar a ustedes, aunque les aseguro que se quedarán con la boca abierta en la última página. Si Vicente Luis Mora ha decidido mantenerme a mí en tensión durante toda la novela, bien puedo yo acompasarme a su malicia y dejar que ustedes, si quieren, desvelen esos secretos leyendo la obra. Es el mejor regalo que les puedo hacer.

Si añadimos ahora algunas observaciones del escritor sobre los políticos que rigen el mundo (“¿De qué están hechos estos miserables a quienes dejamos llevar las riendas?”), sobre la conformidad de los seres felices (“Sé que mi vida es buena porque no quiero cambiarla por la de nadie”) o sobre nuestro entorno vital (“Este mundo está tan mal hecho que quien no procura ningún mal a los demás distribuye un bien inmenso”), tendré que preguntarme por qué están tardando tanto en abandonar mi reseña y buscar con ansiedad este libro.

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