viernes, 15 de abril de 2022

La ridícula idea de no volver a verte

 


Quizá el dolor de los demás (bello sintagma que nos recuerda de forma inmediata el libro homónimo de Miguel Ángel Hernández Navarro) pueda servir en ocasiones como resumen o imagen de nuestro propio dolor, como objeto de contemplación y exorcismo, como catarsis y sublimación. Hace unos años, la gran escritora madrileña Rosa Montero se encontró con los diarios de Madame Curie y, leyéndolos, descubrió en sus páginas bastantes conexiones con su propio vacío. La extraordinaria investigadora polaca (recordemos: obtuvo dos veces el premio Nobel, ambos en ciencias) había dejado en aquellas hojas su desgarro íntimo tras la muerte accidental de su esposo Pierre, que sucumbió bajo las ruedas de un vehículo en abril de 1906. Y Rosa Montero sintió que aquellas palabras la llevaban hacia el recuerdo de Pablo, su marido, que falleció víctima del cáncer unos años atrás. Desde ese momento, la conexión anímica estaba establecida, y el impulso de esta obra (que no es una novela, que no es un diario, que no es un ensayo; o que quizá sí que es las tres cosas) se había puesto en movimiento.

Montero comenta y analiza las informaciones de ese diario, a la vez que rastrea en varias biografías dedicadas a Marie para deducir el vínculo entre sus palabras y sus emociones. Con todo ese material, nos habla de las hijas del matrimonio Curie, de su fervor constante por el trabajo de laboratorio, de las imprudencias que cometieron con el material radiactivo, de la pasión de ambos por los paseos en bicicleta, de las envidias y mezquindades que ella tuvo que soportar por el simple hecho de ser mujer en un espacio (la ciencia) habitualmente ocupado por varones, de la forma en que su salud se fue resintiendo con el paso de los años, de la dureza (¿sólo aparente?) de sus facciones, de la relación con Einstein y otros genios… Pero, al mismo tiempo, Rosa Montero nos está hablando de ella misma y de Pablo, de su amor por la naturaleza y de su inteligente ironía, de los recuerdos suyos que atesora. Descubrimos poco a poco que con esa identificación entre Rosa y Marie (Todos los fuegos el fuego, Todas las mujeres la mujer, Todos los dolores el Dolor) se van construyendo los párrafos de este libro, espléndido, luminoso y conmovedor, donde se reivindica el papel de las mujeres en la Historia y donde también se revisan las propias emociones (aún palpitantes, quizá siempre palpitantes) de la autora.

Tengo que frecuentar más sus libros, está claro.

1 comentario:

Alena. Collar dijo...

A mí me conmovió el libro, aparte de su valor literario.