lunes, 12 de febrero de 2018

El animal moribundo




David Kepesh es un profesor universitario que, además de ser muy conocido por sus intervenciones televisivas y periodísticas, se singulariza por un detalle algo más escabroso: es un coleccionista de alumnas. Las cataloga, las evalúa, las tasa y, por supuesto, se acuesta frecuentemente con ellas. En público y en privado se deshace en elogios hacia la revolución sexual de los 70 que, en su opinión, ha ido creando “una generación de asombrosas expertas en felaciones” (16). Tampoco tiene empacho en admitir que cuando establece un diálogo intelectual con alguna de esas alumnas hay un motivo más que evidente: “Siento curiosidad por su manera de ser porque quiero follármela” (22).
Cuando ya tiene 62 años, en 1992, Kepesh se encuentra en su aula con Consuelo Castillo, una cubana de 24 años a la que define con voluptuosidad y de la que le embriagan sus pechos, que define como grandes y perfectos. A partir de ese día, y desplegando a su alrededor todas sus artimañas donjuanescas, se obsesionará con la idea de hacerla suya. Este despliegue lo acompaña con reflexiones sobre el paso del tiempo (“¿Qué haces si tienes sesenta y dos años y te das cuenta de que todos esos órganos invisibles hasta ahora (riñones, pulmones, venas, arterias, cerebro, intestinos, próstata, corazón) están a punto de hacerse penosamente evidentes, mientras que el órgano más sobresaliente durante tu vida está condenado a reducirse hasta la insignificancia?”, 34) y también sobre la muerte (“El sexo no es solo fricción y diversión superficial. El sexo es también la venganza contra la muerte. No te olvides de la muerte. No la olvides jamás”, 60).
Convirtió a Consuelo en su amante durante “poco más de año y medio” (75), pero la huella que dejó en él fue tan honda que, cuando apareció para hacerle una revelación terrible, aún seguía obsesionado con ella.
Novela explícita (por momentos lírica, por momentos incómoda) en la que Roth se sumerge bajo la piel de un libertino moderno que explica intelectualmente su posición y que alza su bandera por encima de convencionalismos, normas y otros engranajes de la hipocresía social.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Cojons, hoy traes un librazo de mucho cuidado...explícito si, pero extraordinario.

Besitos.