Jesús
Zomeño lo ha vuelto a hacer. Tras publicar aquel libro excepcional de relatos
titulado De este pan y de esta guerra
(Contrabando), que nos trasladaba al mundo de la Primera Guerra Mundial y por
el que recibió el premio de la Crítica Valenciana, amplía ahora el ciclo con Guerra y pan, que no desmerece ni un
ápice del anterior.
Los
protagonistas de estas nueve historias vuelven a ser combatientes ingenuos o
tristes, mutilados de guerra o viudas arañadas por la melancolía. Seres, en
suma, heridos por la ignominia bélica, que sobreviven como buenamente pueden:
unos consiguen quedar protegidos por la amnesia (como en el relato anafórico
del soldado Rusty); otros se envolverán en un humor triste, tras el que se
esconde una lección espeluznante (Marcel Galliard); y otros, en fin, cazarán
moscas en las trincheras, para matar el tiempo y soportar la vileza y el horror
que los cercan.
De las
nueve historias, que están magníficamente construidas y donde el lirismo aflora
en los lugares más insospechados (la estructura epitafial de “Hablemos de la
belleza” es sobrecogedora), dos sobresalen a mi entender por encima de las
demás: “Máscaras” y “Moneda francesa”. En el primer texto asistimos al diálogo
entre dos mutilados faciales, un inglés y un alemán, que abordan temas como el
odio, la conmiseración o la divinidad y que culmina con un cierre de brutal
intensidad psicológica; en el segundo veremos a un mendigo que recibe con
amargura las monedas galas que una berlinesa deposita junto a él, y que acabará
siguiendo a la mujer para descubrir el misterio que porta en sus ojos.
Libro
duro. Libro magnífico. Libro canónico. De los que se pueden releer cada cierto
tiempo para descubrir nuevas aristas y nuevos brillos. Guerra y pan confirma la calidad exquisita de este narrador
albaceteño afincado en Alicante.
1 comentario:
Un libro duro, un libro magnífico, un libro "cañónico" , como lo lees, cañón de Navarone como decía mi abuelo cuando estaba ante algo muy muy grande o gordo...o cuando yo misma me metía en un lío, si este era de Cañón de Navarone, prepara el culo y no pierdas de vista la zapatilla...
Un beso Rubén.
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