Voy hasta la novela corta Amapola
entre espigas, de Eugenio Noel (Emiliano Escolar, editor; Madrid, 1980), y
es realmente pasmoso el número de errores gramaticales, fallos rítmicos,
desajustes psicológicos, parlamentos de plastilina e ingenuidades ideológicas
que el volumen contiene. Qué narrador más torpe, Dios mío. Primero, nos planta
ante los ojos a la señorita Marga, angelical, bella, dulce, inteligente,
alegre, seductora y candorosa; luego, nos muestra sin transición a sus dos
pretendientes: Pedro Juan (fino, educado y culto) y Nicolasón (un bruto
analfabeto cargado de millones); más tarde, ella “pigmalionea” al segundo y,
una vez desbastado, se decanta por él; y como colofón blando y chorreante de
melaza le dice que todas sus tierras (ahora ya comunes) deben dárselas a los
campesinos, pues ellos sólo precisan para vivir de su mutuo amor. Cágate,
lorito. Y si se pretende decir que Marga es un símbolo del intelectual
regeneracionista, y que Nicolasón es la España protocultivada de principios del
siglo XX, yo digo que tururú. Alguien con esta prosa no pudo cobijar ideas tan
hondas (y si lo hizo, las formuló de auténtica pena). Hay, eso sí, algún
instante estilísticamente llamativo, como cuando dice de las manos de
Nicolasón, para indicarnos su enormidad: “corridas de toros podía haber en
ellas y sobraba sitio” (p.72). O cuando alude a “la cima escabrosa de los
treinta años” (p.70). Pero, en bloque, esta obra no pasa de ser una trama
absurda hilvanada con personajes insostenibles.
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