Lo afirma en la página 28 de este contundente
volumen que publica Alianza Literaria el escritor granadino Francisco Ayala
(1906-2009): “La biografía de un escritor son sus escritos mismos. En ellos se
encierra el sentido de su existencia”. Sin duda, tiene razón. Pero no resultaría
menos exacto decir que los admiradores de un gran novelista, de un cuentista de
excepción, de un dramaturgo profundo o de un poeta excelso, perfeccionan su
conocimiento acerca del mismo cuando tienen la fortuna de leer algunas de sus
anotaciones íntimas, que enriquecen su visión de conjunto.
Ocurre así con este tomo monumental que supera las
800 páginas (a las 720 de textos hay que añadir dos importantes anexos
fotográficos, que se intercalan para dividir la obra en tres partes casi
idénticas), donde el portentoso autor de Muertes
de perro o El fondo del vaso se
apresta al minucioso recuento de sus avatares vitales, de sus exilios y
publicaciones, de sus lecturas y de las abundantes personas ilustres que
conoció en su primer siglo de vida. Pese a ello, se resiste a dejarse llevar
por un orden cronológico demasiado estricto porque, como aclara en la página
197, “no estoy tratando de escribir una autobiografía, sino de apuntar mis
recuerdos tal como van surgiendo en la memoria”... Al principio, somos
informados acerca de las escasas dotes administrativas de su padre, que
lastimaron la economía familiar hasta llevarla a graves límites de aflicción y
penuria, que provocaron que los años infantiles del futuro escritor y sociólogo
estuvieran “marcados por los sobresaltos de la pobreza” (p.54).
Luego, guiados por la inaudita lucidez y la
narración deliciosa de Ayala, lo vemos acceder a las aulas de la universidad,
lo vemos asistir a tertulias literarias, nos alegramos con la obtención de su
cátedra y lo acompañamos, ay, en su exilio tras la guerra civil, en sus cursos
dictados en varios países y en sus encuentros con intelectuales y políticos de
toda condición. Los retratos que sobre ellos nos deja resultan siempre
interesantes, sobre todo cuando nos aporta un ángulo distinto desde el que
contemplar al personaje en cuestión, sea éste Ramón Gómez de la Serna (“Insoportable en el
trato personal”, p.105), Pablo Neruda (“Era, además de un gran poeta, un
político ambicioso, y como político incurrió más de una vez en la perversión de
poner la poesía al servicio de sus fines”, p.345), Miguel de Unamuno (“Había
adoptado una actitud y un atuendo de paleto, más que de provinciano, para
construir su propio personaje”, p.431), Julio Cortázar (“Me consta, pues le
conocí muy a fondo, que jamás puso en práctica ninguno de los recursos que de
ordinario se emplean para lograr la publicidad”, p.594) o Rafael
Cansinos-Assens (“Era un escritor de talla más que mediana; de ningún modo
merece la oscuridad a que por último hubo de acogerse, el olvido en que luego
cayó”, p.655), aunque tal vez la andanada más virulenta se la reserve a uno de
sus antiguos editores, Losada: “Tuvo la avilantez de retacearme mediante varios
trucos el pago de mis derechos de autor con un descaro tan grande que terminé
por llamarle ladrón en su cara” (p.357)...
El volumen, que está lleno de este tipo de viñetas,
también lo está de bellísimas secuencias literarias, en las que Ayala demuestra
la brillantez de su prosa y la magnética habilidad que despliega a la hora de
elegir su vocabulario. Valga un solo ejemplo, entre muchos posibles. El
narrador granadino se apresta a aportarnos su visión sobre tres regímenes
bochornosos del siglo XX y utiliza esta fórmula: “Si el totalitarismo italiano
era grotesco, y ahora el totalitarismo alemán era siniestro, el totalitarismo
argentino sería abyecto” (pp.380-381). No hubiera podido exonerar del
diccionario tres adjetivos más exactos.
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