Dice el refranero castellano que es de bien nacidos
ser agradecidos. Y esta máxima se encuentra en la raíz del libro Aprendiz de Homero, que Nélida Piñon
publicó en el sello Alfaguara, traducido por Monserrat Mira. En este volumen,
la famosa escritora brasileña (aunque sus orígenes hay que buscarlos en la
gallega población de Cotobande) realiza un balance de sus deudas de tipo
cultural y se apresta a genuflexiones. ¿Quién sería yo (se dice y nos dice) sin
todos los recuerdos que me vienen de mi niñez lectora; sin la voz recia y
antigua de Homero latiendo por mis venas; sin la fantasía loca que Cervantes
inyectó en el mundo con las aventuras de su loco caballero don Quijote; sin los
ojos doloridos con los que Machado de Assis miró su entorno; sin la amistad (que
ya dura décadas) de Mario Vargas Llosa; sin la gravitación que la saga de los
Buendía ha propagado por el firmamento narrativo hispanoamericano? Nélida
Piñon, una autora engalanada con infinidad de premios y reconocimientos
(pertenece a la Academia Brasileña
de las Letras y a la Academia
de Filosofía de Brasil, es premio internacional Menéndez Pelayo, premio
Príncipe de Asturias, etc) se olvida aquí de quién es, y dedica sus páginas a
decirnos, con humildad y con un fervor lleno de agradecimiento, a quién le debe
ser como es, qué autores y qué obras prendieron en su alma el vértigo de la
literatura, desde que sus padres fomentaron en ella, siendo muy niña, el amor a
la letra impresa. Lo curioso y lo emocionante es que se trata de amores
literarios que Nélida Piñon exhibe con la normalidad de quien nos habla, no de
grandes genios, sino de personas próximas a la piel de su corazón (“Homero es
un amigo del alma. Y aunque no le envíe faxes, o correos electrónicos, le
inscribo en la categoría de los seres a los que recurro en la madrugada, si los
necesito”, p.296).
Súmense a este catálogo de deudas las páginas
deliciosas (y a veces incluso combativas) con las que Nélida Piñon reivindica
el papel silente pero decisivo de la mujer en la historia, tanto en su vertiente
literaria (“Dulcinea, la agonía de lo femenino”) como en la religiosa (“La
sonrisa de Sara”) o en la social (“La memoria secreta de la mujer”), y se
obtiene un volumen excelente, que llena de luz las manos que lo portan y de
inteligencia los ojos que lo leen.
Afirma la autora brasileña, en la página 132 de
este libro misceláneo, que “es necesario saber si habrá, en el futuro, quien
llore por nosotros”. La pregunta es dolorosa, pero en el caso de escritores
como Nélida la respuesta es transparente: se llorará por ella cuando dejemos de
recibir de sus manos páginas tan maravillosas como las que componen Aprendiz de Homero.
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