Desde la editorial Impedimenta se nos propone que
sumerjamos los ojos en Pandora, una interesante
pero poco conocida novela corta del escritor norteamericano Henry James
(1843-1915). La traducción corre a cargo de Lale González-Cotta, quien asume
desde las páginas introductorias una labor activa para trasvasar a nuestra
lengua la prosa del escritor neoyorquino (alude a las “largas subordinaciones,
interrupciones de discurso, verbos tan pospuestos que resulta imprescindible
volver atrás en la lectura para retomar el referente, párrafos digresivos e
inconclusos, laxos con las leyes de la gramaticalidad, y muchas otras señas de
identidad, considerablemente moderadas en
castellano por exigencias de la traducción”, p.15. La cursiva es mía) y que
combate con energía para impedir que los lectores incurramos en la
superficialidad desatenta (“Confío [en] que estas claves eviten una lectura
rasante de Pandora, que una mayor luz
sobre sus sutilezas redunde en el placer de leer esta nouvelle”, p.21). Es sin duda un loable propósito, digno de
agradecer.
¿Y quién es la protagonista de esta novela breve?
¿Quién es la jovial y sofisticada Pandora? El elegante anfitrión Alfred
Bonnycastle, intentando aliviar en la medida de lo posible el teutónico
desconcierto del conde Vogelstein ante la personalidad arrolladora de la
muchacha, la define de este modo: “Ella es la fruta más reciente y fresca de
nuestra gran revolución americana. Es la chica hecha a sí misma” (p.96). Pero
inmediatamente apostilla, para terminar de iluminar la situación, que no basta
con la voluntad de una chica para convertirse en ese nuevo prototipo, porque en
ese fulgurante proceso de consagración social “contribuimos a hacerla todos
nosotros al mostrar tanto interés por su persona” (p.97). En efecto, Pandora
pasa de ser una modesta joven que vive en Utica con sus padres a instalarse en
el glamour mundano de las mejores fiestas de Nueva York, tratándose con
ministros e incluso con el presidente de Estados Unidos. Es lógico que, con esa
aura rodeándola y tiñéndola de magnetismo, incluso el mesurado conde Vogelstein
acabe rindiéndose a sus encantos, de tal modo que paseará por la ciudad con
ella, se acercarán con fervor hasta algunos de sus más emblemáticos monumentos
y comentarán sus maravillas, creándose poco a poco un clima de simpatía y
complicidad entre ellos. Pero en el futuro de la joven Pandora existe otro
hombre, con el que está comprometida para contraer matrimonio; y se trata de
una promesa que una chica norteamericana no suele incumplir con facilidad.
Elegante y sobrio, el narrador neoyorquino sabe
combinar profundidad psicológica, humor y concisión para esmaltar unas páginas
donde se aborda el retrato de un nuevo prototipo social, “de aparición
reciente” (p.88): la chica norteamericana que, procediendo de un nivel humilde,
ha tenido la gallardía de abandonar el estrecho cascarón provinciano, ha viajado
al continente europeo, ha adquirido maneras y desenvolturas sociales y retorna,
convertida en un ser encantador y subyugante. Como es lógico, nos hallamos ante
una obra menor de Henry James (autor de novelas tan excelentes como Las bostonianas, Los embajadores o Las alas de
la paloma), pero en modo alguno ante una obra desdeñable. Si Francisco
Umbral precisó en su día que de los genios hay que aprovechar hasta las
migajas, con más razón es recomendable la lectura de esta pequeña novelita, que
supera con creces la calificación de interesante.
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