jueves, 2 de abril de 2015

Pandora



Desde la editorial Impedimenta se nos propone que sumerjamos los ojos en Pandora, una interesante pero poco conocida novela corta del escritor norteamericano Henry James (1843-1915). La traducción corre a cargo de Lale González-Cotta, quien asume desde las páginas introductorias una labor activa para trasvasar a nuestra lengua la prosa del escritor neoyorquino (alude a las “largas subordinaciones, interrupciones de discurso, verbos tan pospuestos que resulta imprescindible volver atrás en la lectura para retomar el referente, párrafos digresivos e inconclusos, laxos con las leyes de la gramaticalidad, y muchas otras señas de identidad, considerablemente moderadas en castellano por exigencias de la traducción”, p.15. La cursiva es mía) y que combate con energía para impedir que los lectores incurramos en la superficialidad desatenta (“Confío [en] que estas claves eviten una lectura rasante de Pandora, que una mayor luz sobre sus sutilezas redunde en el placer de leer esta nouvelle”, p.21). Es sin duda un loable propósito, digno de agradecer.
¿Y quién es la protagonista de esta novela breve? ¿Quién es la jovial y sofisticada Pandora? El elegante anfitrión Alfred Bonnycastle, intentando aliviar en la medida de lo posible el teutónico desconcierto del conde Vogelstein ante la personalidad arrolladora de la muchacha, la define de este modo: “Ella es la fruta más reciente y fresca de nuestra gran revolución americana. Es la chica hecha a sí misma” (p.96). Pero inmediatamente apostilla, para terminar de iluminar la situación, que no basta con la voluntad de una chica para convertirse en ese nuevo prototipo, porque en ese fulgurante proceso de consagración social “contribuimos a hacerla todos nosotros al mostrar tanto interés por su persona” (p.97). En efecto, Pandora pasa de ser una modesta joven que vive en Utica con sus padres a instalarse en el glamour mundano de las mejores fiestas de Nueva York, tratándose con ministros e incluso con el presidente de Estados Unidos. Es lógico que, con esa aura rodeándola y tiñéndola de magnetismo, incluso el mesurado conde Vogelstein acabe rindiéndose a sus encantos, de tal modo que paseará por la ciudad con ella, se acercarán con fervor hasta algunos de sus más emblemáticos monumentos y comentarán sus maravillas, creándose poco a poco un clima de simpatía y complicidad entre ellos. Pero en el futuro de la joven Pandora existe otro hombre, con el que está comprometida para contraer matrimonio; y se trata de una promesa que una chica norteamericana no suele incumplir con facilidad.

Elegante y sobrio, el narrador neoyorquino sabe combinar profundidad psicológica, humor y concisión para esmaltar unas páginas donde se aborda el retrato de un nuevo prototipo social, “de aparición reciente” (p.88): la chica norteamericana que, procediendo de un nivel humilde, ha tenido la gallardía de abandonar el estrecho cascarón provinciano, ha viajado al continente europeo, ha adquirido maneras y desenvolturas sociales y retorna, convertida en un ser encantador y subyugante. Como es lógico, nos hallamos ante una obra menor de Henry James (autor de novelas tan excelentes como Las bostonianas, Los embajadores o Las alas de la paloma), pero en modo alguno ante una obra desdeñable. Si Francisco Umbral precisó en su día que de los genios hay que aprovechar hasta las migajas, con más razón es recomendable la lectura de esta pequeña novelita, que supera con creces la calificación de interesante.

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