Durante algún tiempo se ha querido ofrecer en la
literatura española la imagen absurda de que los autores, cuanto más jóvenes,
más admirables resultaban: la adolescente que publicaba su primer volumen a los
catorce años (Violeta Hernando, se llamaba la criatura); el chico desgarrado
que le ofrecía al mundo su imprescindible narración llena de garitos, cerveza y
eructos verbales (José Ángel Mañas, Ray Loriga y cualquiera que ustedes deseen
añadir); o el prometedor zagalote que nos entrega su primera novela histórica
antes de llegar a la mayoría de edad (Javier Rivas). Como contrapeso, las
figuras de Alberto Méndez o Gonzalo Hidalgo Bayal, que no se han hecho
presentes en las librerías hasta rozar las fronteras de la senectud, después de
que la vida haya decantado su prosa.
Juan Serrano (Yecla, 1943) nos ofrece hoy, desde el
sello zaragozano Lecturas Hispánicas, su amplia colección de relatos Esta sombra no es mía, compuesta por más
de un centenar de narraciones. En ellas se observa que el autor, usando un
lenguaje sencillo (no desprovisto de carga simbólica en algunas ocasiones), es
capaz de construir un buen número de fabulaciones que giran alrededor de varios
temas básicos: el amor, el paso del tiempo, el azar, las injusticias de la vida…
e incluso el sentido del humor (presente en historias como “Paco Pijo”).
Adentrándose en la lectura de estos cuentos uno descubre las insensateces que
pueden cuajar en el mundo moderno (“Felices los pobres”); las posibilidades que
tenemos a mano para acometer asesinatos simbólicos (“Al estilo bonzo”); las
controversias legales que pueden brotar de una decisión generosa (“Antrópolis”);
los crueles giros que puede dar la existencia en el transcurso de unos pocos
años (“Delgado como un espárrago”, “Okupa calcinado”), las carambolas
agridulces que nos puede reservar la vida (“La niña de mis ojos”)… Y luego,
también, la respuesta a algunas interrogaciones chocantes: ¿qué siente un
arquitecto al que se invita a remodelar el hogar de Belcebú? (“Los pilares del
infierno”); ¿qué ocurre cuando se tala un árbol donde unos enamorados han
grabado sus iniciales? (“Beso pasajero”); ¿y si en un velatorio, mientras
cierras los párpados rebeldes del difunto, descubrieras en ellos el número de
tu DNI, como una acusación de asesinato? (“Los ojos del muerto”).
Pero el tema más frecuentado por el autor es, sin
duda, la mujer maltratada. A veces, se presenta en forma de violación (“El cuco
vacío”); otras veces, el abuso físico se traduce en una amnesia que la marcará
irremediablemente (“María del Olvido”), que la llevará hasta el diván curativo
de un terapeuta (“Cura te ipsum”) o que la conducirá hasta los taludes del
crimen (“No más lentejas”); en otras, la infidelidad del esposo la volverá una
persona infeliz, amargada y metida en sí misma (“La piedra del Arabí”).
Decía el excéntrico J.D.Salinger que lo peor que
podía hacer un escritor es ver publicado su libro, porque eso desvirtuaba la
relación de pureza que existía entre un creador y sus páginas. Por fortuna para
los lectores, ni Flaubert, ni Cervantes, ni Dostoievski, ni Antonio Muñoz
Molina, se han guiado nunca por tan aparatosa boutade; y eso nos ha permitido
disfrutar de sus obras. Disfruten ustedes ahora de Esta sombra no es mía, porque será difícil que en este volumen de
más de trescientas páginas no encuentren bastantes historias de su agrado.
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