Leo con agrado las eficaces propuestas que Antonio
Crespo reúne en su tomo Déjame que te
cuente (Real Academia Alfonso X el Sabio, 2008). Son docena y media de
relatos donde no se persigue por parte del autor ningún mecanismo textual
revolucionario y donde no se exhibe un léxico deslumbrante, pero que terminan
por seducir a los lectores a fuerza de ternura, sencillez y buenos argumentos.
Es como si Antonio Crespo pretendiera reivindicar una especie de adanismo
fabulador, en el que se dejasen de lado algunos de los trampantojos que nos
vendido la modernidad literaria, en beneficio de lo que siempre ha sido
esencial en la narrativa: contar bien una historia buena. Y ya está. En ese
orden, hay que reconocer que este breve volumen resulta ejemplar.
“Maldonado, 7, 1º” entrega el protagonismo de sus
páginas a un escritor que inventó una historia ambientada en esa calle de
Valladolid y que luego, por un azar mágico de las letras, le sirvió para
encontrar allí a su esposa; “El castigo” se centra en las últimas horas de
Sodoma, antes de que el fuego calcine los pecados de la ciudad (es un episodio
homosexual entre Aarón y el marinero Saraya); “Noche de San Juan” nos explica
el milagroso comportamiento de las flores de los jazmineros que, esa noche
especial, mueven sus pétalos para formar cruces; “Notas de piano” incorpora una
pincelada humorística: un joven universitario que escucha los progresos
musicales de una intérprete de piano descubrirá a la postre que no se trata de
una romántica y rubia adolescente, como él imaginó, sino de una venerable
anciana; “Cartas cruzadas” tiene como ejes a dos personas ya octogenarias
(Evaristo y Matilde) que se cartean durante meses fingiendo ser quinceañeros;
“El doble” nos introduce en el cenagoso mundo de las identidades confusas; “Una
larga espera” nos asombra con la paciencia infinita de Trinidad, una mujer que
espera tenaz a su marido, desaparecido nueve años atrás en una jornada de
pesca; “El odiado” nos muestra cómo el rencor y la venganza pueden verse
atemperados por la racionalidad y el paso del tiempo; y “La limpiadora” nos
muestra a una anciana que cuida con especial atención una sala del museo: la
que cobija los cuadros de Torres Romeral, un artista bohemio que la usó a ella
como modelo... y que la amó.
Historias hermosas, cautivadoras y de planteamiento
nada alambicado, que me ha gustado leer. Recomendables para una tarde de
limpieza mental.
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