No es muy
frecuente, pero en ocasiones ocurre: coges el libro de un autor que no has
frecuentado con anterioridad, te propones concederle una parte de tu tiempo, te
instalas en un sillón cómodo y abre el volumen por su primera página. La mayor
parte de las veces, bostezas en la quinta, vuelves a mirar el nombre del autor
y, con suerte, le concedes un margen hasta la diez. Después, reclamado por
lecturas u ocupaciones más placenteras, dejas el tomo. Pero en un porcentaje
pequeño de los casos resulta que no sucede así. Hoy quiero traer a este
recuadro la crónica de una de esas excepciones.
El libro
se llama Mar de Irlanda,
el autor es Carlos Maleno (Almería, 1977) y el sello que lo lanza al mercado es
Sloper (con una preciosa imagen de portada de Julia Geiser). Por su estructura,
se diría que son cuentos; pero en la edición se precisa con nitidez que se
trata de una novela “disfrazada de libro de relatos en los que todo está
conectado”. De ahí que te acerques ya con curiosidad a tan ambicioso proyecto.
Y pronto quedas anonadado, porque te encuentras con alguien que afirma proceder
del planeta Lux; con mujeres muertas que sin embargo parecen estar vivas,
porque aparecen y desaparecen con guadiánica frecuencia; con hombres que se
hacen enterrar vivos con una máscara de Felipe González puesta sobre la cara;
con llamadas telefónicas que son respondidas desde el más allá; con vendedores
de aspiradoras que esconden el maravilloso don de resucitar a los muertos,
siempre que sean recientes; con mujeres de gran belleza, que se parecen a
Nastassja Kinski y que quizá lo sean; con chicas que hacen autoestop, o que
esparcen por el suelo los huesecillos blanqueados de todos los gatos que han
ido teniendo durante su vida, o que regalan libros de Ray Loriga con un buen
montón de líneas subrayadas, o que golpean a otras hasta matarlas, o que son
Cristo; con muchachos tristes que leen a Robert Walser y se pasean por
acantilados donde el mar golpea con furia o languidez; con seres desnortados
que viajan hasta Ushuaia, la ciudad más austral del planeta; con doscientas
mujeres desnudas (que en realidad no son mujeres) arrodilladas en un prado de
Wisconsin; y con mil asombros más, que el autor combina de manera singular.
Podrá
parecer que estamos ante una novela disparatada o juvenil, en la que el autor despliega
sus armas narradoras con la única intención de epatarnos; pero no es así. Les
puedo asegurar que, pese a lo que piensen los ingenuos (o los listillos), es
relativamente fácil discernir en el libro de un debutante si sus propuestas son
grano o paja, ganga o mena. Hay una música, un brillo, un fondo que los lectores avezados descubren pronto. Mar de Irlanda es una novela mercúrica,
escurridiza, que crees tener asida con firmeza y que de pronto gira, te da
esquinazo, se camufla, te sorprende con una pirueta. Y cuando crees que se está
burlando de ti y te dispones a cerrarla, un guiño nuevo, un mohín cómplice, una
caída lánguida de ojos... y te dejas llevar otra vez.
No conozco
personalmente a Carlos Maleno. Nunca había leído una página suya. Pero desde
ahora ya sé quién es. Me ha deslumbrado su tarjeta de visita.
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