miércoles, 30 de octubre de 2013

En jardines ajenos



Hay libros que te llegan a las manos sin estridencias, sin el apoyo de grandes campañas publicitarias que los catapulten, sin grandes nombres del mundo de la cultura que apuesten por ellos; pero que terminan calando en tu ánimo y en tu inteligencia por una u otra razón, de forma indeleble. Me ha ocurrido algunas veces durante los últimos treinta años como lector y ha vuelto a suceder. Hablo de En jardines ajenos, del suizo Peter Stamm, un volumen de cuentos que traduce al español María Esperanza Romero y que publica la exquisita editorial Acantilado. Once historias impregnadas por una serena belleza y por elevados toques de elegancia que terminan por envolverte. No se busque en ellas ninguna sorpresa final (no son cuentos cortazarianos), sino más bien un fluir donde se capturan segmentos de vida, fotografías lánguidas, recuadros en los que la niebla se erige en protagonista.
Tenemos a esa anciana viuda que, con sus hijos desperdigados y la casa solitaria, recibe la visita de su nieta Martina, con su novio (La visita); tenemos a Henry, un tipo del este de Europa que trabaja como especialista en un espectáculo de coches y que, después de llevar una vida bastante solitaria, conoce a una camarera con la que quizá podría construir una vida en común (La pared en llamas); tenemos a una pobre mujer que está ingresada en una clínica y que resulta dibujada desde la óptica de una de sus vecinas, que le riega las plantas y mantiene en orden su hogar vacío (En jardines ajenos); tenemos la larga espera de un hombre, cuya pareja vuelve de un viaje y a la que quiere comunicarle una decisión trascendente (Toda la noche); tenemos una historia portuguesa, donde unas mujeres canadienses algo más bebidas de lo razonable se encuentran con el protagonista de la narración y viven con él unas horas irrepetibles (Fado); tenemos a una sorprendente pareja, que convierte el sexo en un mecanismo tan extraño como perturbador, a mitad de camino entre la perversión y la sociología (El experimento). Por no hablar de la inquietante metáfora que se cobija en el interior del relato La parada, en el que tres jóvenes observan cómo de un tren de enfermos que viajan hacia Lourdes es bajado un cadáver, mientras que el resto (la vida misma) permanece inalterado.
Si tuviera que precisar por qué me gusta la forma de estas historias tendría (lo confesaré) graves problemas; pero quede al menos constancia de mi admiración y de mi sorpresa por haber encontrado a un escritor como Peter Stamm, cuyo arte me gusta. No dudaré en leer otro libro suyo, si se coloca ante mis ojos.

1 comentario:

supersalvajuan dijo...

Serena belleza. Apuntado.